por Antonio Ramos Zúñiga
Parece que Miami21, el polémico código zonificador promovido por el alcalde Manny Díaz, aprobado recientemente por la Comisión de Miami, será el primer escalón de un cambio en el anquilosado urbanismo miamense. Justamente, es lo que la ciudad necesita: renovar su imagen con espacios de vida más disfrutables y atractivos, mejor diseñados, que incluyan lo que es propio, lo tradicional y de vanguardia.
Un primer ensayo de lo que podría suceder es el renacimiento urbano de doce cuadras del viejo Biscayne Boulevard, donde se puede vivir en lindos y económicos apartamentos, hacer compras y caminar. Nadie puede negar que esta área, antes plagada de prostitutas, es ahora una exitosa zona comercial y residencial. Otra referencia sería South Beach, donde para vivir hace falta aceras en lugar de automóviles. La gente, además, no quiere perder la vista al mar ni vivir rodeada de edificaciones feas y condos cerrados. Tampoco desea la sombra de un rascacielos construido junto a su patio. Si Miami, un modelo de ciudad pensado para automóviles, downtown (centro) y extensos repartos periféricos, integrara lo mejor de las experiencias urbanas norteamericanas y europeas, adquiriría la tipicidad de una Manhattan o un San Francisco, que tanta falta le hace.
La nueva visión planificadora de Miami es una necesidad. Las ciudades que tienen facilidades como casas cercanas o mezcladas a comercios, oficinas, bulevares peatonales, parques y plazas, así como visuales enriquecidas (corredores culturales, distritos turísticos), ofrecen mejor calidad de vida. Es factible revitalizar áreas históricas como “Little Havana”, y no mediante “Viernes culturales”, sino aplicando la remodelación del conjunto, lo que pasa por incentivar a los comerciantes y vecinos para que protagonicen la iniciativa. Actualmente, regulaciones, gravámenes y la falta de innovación en el gobierno no lo permiten. Las vías “Main Street”, como Flagler, Calle Ocho y Coral Way, podrían convertirse en los grandes corredores del circuito turístico de la Gran Miami, si se revitalizaran con extensiones de aceras y galerías de sombra, lo que permitiría activar una cadena de comercios y el disfrute peatonal. Toda mejora urbana tiene que priorizar las precarias orillas del río Miami y el Downtown. La urbanización estéticamente elevada del río Miami sería una excelente vitrina para el turismo internacional.
El nuevo urbanismo es en realidad una cultura de la integración de todo aquello que contribuye a que el sistema urbano funcione para beneficio de la población y en pro de la economía. La especulación desmedida, la planeación desordenada y los códigos obsoletos deben ser suplantados por patrones que propicien la implantación de una arquitectura atractiva e interactuante, con espacios públicos accesibles, nuevas construcciones de uso mixto, facilidades viales, renovación de las barriadas históricas, promoción de alternativas de transporte, exigencia de espacios para transeúntes, recualificación estética de fachadas y áreas decadentes, mejor uso de la tierra, etcétera. Se trata de una serie de conceptos interrelacionados que constituyen la clave del “smart growth” (crecimiento inteligente) y de la “ciudad sostenible”, en la que los vecinos son partícipes de la planificación y mejora del entorno, con decisiones y aportes económicos, y de códigos que toman en cuenta las necesidades de los ciudadanos.
De estas premisas se nutre en cierta medida la modificación del código urbano propuesto para Miami, que también tiene detractores. Se alega que sería más complicada la zonificación, etcétera. Pensemos, sin embargo, que adoptar una nueva filosofía para escenificar y modernizar el perfil y la habitabilidad de la ciudad es un avance, única manera de poder seguir viviendo en ella.
Artículo suscrito por la organización Change Miami-Dade/Cambiemos Miami-Dade, un proyecto de Miami-Dade Community Action, Inc.