“La gente de las islas vive marcada por su condición ambigua, casi anfibia, por un amor a la tierra que el viento y el agua violentan una y otra vez, prestándole un peso y un volumen escurridizos”, escribe Idamanda Rosael en La isla desaparecida: Un epílogo al Lenguaje del Tercer Éxodo. “La gente de las islas se va y regresa a las islas con naturalidad, sin compromisos ni aspavientos, y en Thamacun esta costumbre se había vuelto idiosincrasia.
“Nada consigue pasar por serio en esas porciones de suelo como pistas de patinaje, en constante evolución y/o conjunción, en ininterrumpido zafarrancho de combate. Un combate librado contra la ignorancia desde la punta de lanza de la responsabilidad recreativa: nunca se sabe quién dice qué –tú, yo, él, ella, nosotros, ustedes- en las islas, pero cualquiera daría lo que no tiene por tenerlo claro”.
Fue este deseo de tenerlo claro, de penetrar por fin el secreto mejor guardado del Reducto, lo que provocó, según la propia Rosael, que a finales del siglo XX la oposición nacionalista se reagrupara en torno al vórtice de Internet, hasta penetrar El Lenguaje del Tercer Éxodo. Desde entonces, las islas navegan a la deriva en el mapa del idioma posnacional, esquivando el perpetuo acoso de los puntoCON: Las islas del otro lenguaje, la imaginación desbocada en pos de las imágenes afines, como el animal aterido en busca cobijo.
Cumberland era un refugio hasta entonces. Luego sería un renacimiento.