google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Mariel y la juventud cubana

viernes, 23 de octubre de 2009

Mariel y la juventud cubana

por Enrique Collazo

Quizás fue la Campaña de Alfabetización la primera gran movilización juvenil convocada por el castrismo. La implicación de la juventud de entonces mostró al gobierno que la misma constituía una fuerza formidable que había que controlar y organizar. Para tal fin se crearon organizaciones que agrupaban a los jóvenes de acuerdo con su ámbito de actividad. Una de las primeras fue la Asociación de Jóvenes Rebeldes (A.J.R.) –antecedente directo de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC)--, a la cual pertenecieron, sobre todo, jóvenes que habían integrado las filas del Ejército Rebelde.

Del mismo modo se crearon organizaciones juveniles para agrupar a los estudiantes de la enseñanza media. Primero las BEJAE (Brigadas Estudiantiles José Antonio Echevarría) y más tarde la FEEM (Federación de Estudiantes de Enseñanza Media), a las cuales se accedía luego de haber pertenecido a los pioneros durante la enseñanza primaria. El trabajo con los jóvenes en estas asociaciones se desenvolvía fundamentalmente en dos campos: el político-ideológico y el productivo-movilizativo. En el primer terreno, la labor de adoctrinamiento se desenvolvía mediante sistemáticos círculos de estudio, en los cuales normalmente se discutían los discursos más recientes del Máximo líder u otros materiales políticos. Asimismo, se valoraba la aptitud de algunos jóvenes para ingresar a las filas de la UJC. La labor movilizadora se centraba en la asistencia obligatoria a los planes La Escuela al Campo, así como a actos políticos en la Plaza de la Revolución, u otros escenarios, participaciones en pre-combativas, etcétera.

Inculcando en la juventud los principios del marxismo-leninismo, el ateísmo científico, el colectivismo, el odio al enemigo imperialista, el apoyo irrestricto a los principios de la revolución y el internacionalismo proletario, así como movilizándolos permanentemente, pensaba el poder que podría adoctrinar eficazmente a las nuevas generaciones, garantizando el relevo. Ciertamente, en las dos primeras décadas el gobierno contó con una elevada cuota de apoyo de la juventud, aunque tal respaldo en muchos casos se podía interpretar como una suerte de resignación o de temor a las represalias que las organizaciones juveniles, tanto de masas como políticas, podían tomar contra los jóvenes tildados de problemáticos, susceptibles de ser acusados de diversionismo ideológico.

En esencia, esta era la situación reinante hasta el éxodo de Mariel, en 1980. Tal acontecimiento constituyó la primera gran quiebra del consenso que en torno a la revolución y sus conquistas existía aparentemente en la población. Un elevado por ciento de la emigración que abandonó el país durante la primavera de aquel año estaba compuesto por jóvenes de menos de 30 años, o que apenas rebasaban la treintena, los cuales, profundamente frustrados con el régimen, prefirieron renunciar a su patria, a su cultura, a su familia, en pos de encontrar la libertad que en su país se le negaba. La generación de jóvenes que maduró en la década de los 80, una vez que el proceso revolucionario parecía consolidado, no se curtió en los “años duros” de los 60 y los 70, de modo que su implicación participativa y su compromiso moral con el régimen eran frágiles. Mariel demostró que dicha fragilidad iba más allá del mero descontento.

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