google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Veinte mil maneras de morir

miércoles, 21 de octubre de 2009

Veinte mil maneras de morir

por Juan F. Benemelis

El estadounidense Frederick Reines, premio Nobel de Física, sustenta la hipótesis de la posible desaparición de nuestro planeta a causa de la alteración de una estructura atómica, mediante la transformación de un protón en un neutrón, en cuyo proceso se desencadenaría una espantosa explosión terrestre. Se teme que el universo, como lo conocemos, pueda ser arruinado por los experimentos que llevan a cabo los físicos nucleares en los laboratorios de aceleradores de partículas.

Estos ensayos, en los cuales se colisionan partículas a velocidades inmensas, pueden crear concentraciones de energía desconocidas, condiciones locales anómalas de alta densidad sin precedentes en el cosmos, a no ser durante el Big-Bang. Estos experimentos pudieran precipitar un cambio en nuestra ecuación local de espacio-tiempo, una transubstanciación de nuestras dimensiones que, al propagarse a la velocidad de la luz, instauraría un universo diferente al actual. Hay que ver hasta qué punto al realizar experimentos en los ciclotrones, despedazando la naturaleza atómica, desconociendo la real estructura de la materia y el universo, y la dinámica energía-materia, corremos el peligro de violentar un equilibrio y precipitar una eclosión universal.

Nuestra historia geológica está marcada por incontables huellas físicas y químicas de este caos cósmico: por el impacto de cometas, asteroides u objetos estelares; por el desplazamiento de las placas continentales; por el ascenso y disminución de los océanos; las violentas glaciaciones; las erupciones volcánicas; por monstruosos diluvios en diversos períodos.

Puede, asimismo, verificarse la disminución drástica de la vida por una guerra de armas ultramodernas, o la del planeta por una catástrofe cósmica, sea el choque con un cuerpo celeste o el bombardeo de cometas, como el ocurrido a Júpiter en 1994. Muchas veces se han enarbolado otros agentes, de menor globalismo, como cambios en el nivel de los océanos, perturbaciones climáticas, fluctuaciones químicas en las aguas marinas y los efectos del desplazamiento de las placas tectónicas.

Ya no se tiene como una hipótesis marginal la noción de las colisiones con bólidos extraterrestres, que se considera el proceso preponderante en la formación de la superficie terrestre. La proporción de extinciones con cráteres es tan elevada que cobra fuerza la hipótesis de que cada extinción masiva fue causada por una lluvia concentrada de objetos de grandes dimensiones. Está dentro de las probabilidades la inquietante contingencia de que enfrentemos una catástrofe cósmica, que pudiera ser el encuentro con un cuerpo celeste de proporciones desmesuradas.

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