por José Luis Sito
En un texto de 1977, de una belleza admirable, La vie des hommes infâmes, Michel Foucault presenta historias minúsculas de hombres ordinarios que un día se encontraron con el poder, que cayeron en las redes del poder. Foucault, analizando esos encuentros con el poder, casi siempre dramáticos y a veces poéticos, demuestra que el poder no se limita a “vigilar, espiar, sorprender, prohibir y castigar”, sino que “incita, suscita, produce”. Que el poder no es solamente unas orejas y unos ojos, que también “hace actuar y hablar”.
Juan Carlos González Marcos, Pánfilo, es el encuentro, dramático y poético, con el poder castrista. Es el “hombre infame” del castrismo, producido por el poder castrista. Quien habla a través de Pánfilo es el poder castrista, ese mismo que lo creó. Un hombre de la calle, sacado de la oscuridad y atrapado en las redes del poder, imagen de ese poder.
Analizando esas infamias, Foucault dice que le interesa “le grondement de la bataille”, es decir, el rugido, el tronar de la batalla. Pánfilo, en este sentido, es el tronar de la batalla que cada vez se acerca más. El paradigma y la voz de los infames rebeldes, sediciosos, sublevados, insubordinados, insurrectos que se oyen en la lejanía, pero que se acercan.
Pánfilo es todo esto y muchas otras cosas más. Pero en vez de decirlas --quizás porque las ignoran y quizás porque son incapaces de pensar— algunos “intelectuales” cubanos prefieren montar acusaciones similares a las que se montaban en los tribunales revolucionarios, falsas y sin sentido. Simplemente para que los hombres, infames o no, se callen.
Pánfilo, entonces, no es solamente la imagen dramática del poder castrista. Es también el rechazo, la represión de todo un inconsciente exiliado que habla.