por Armando de Armas
Una ciudad se conoce por sus bares. Por sus bares y sus putas, afirmó alguien alguna vez. Los bares y las putas de Miami son una mierda. Miami-Mierda (aplausos prolongados de la progresía en medio mundo).
Las putas de Miami suelen ser sucias, feas y contrahechas, y suelen cobrar en especie, es decir, cocaína en piedra, y suelen amanecer decapitadas en los tanques de basura. Hubo un célebre decapitador de putas. El Decapitador de la Calle Ocho, que mereciera un poemario de Néstor Díaz de Villegas (Confesiones del estrangulador de Flager Street-1998). Claro que en Miami también hay bellas putas de lujo, pero esas no son putas, sino ejecutivas.
Y en cuanto a los bares, están los bares de la buena y puntual muerte, y los otros, tan limpios y acristalados, tan refrigerados y convenientemente decorados, tan suaves y asépticos que no son bares, sino oficinas donde se venden bebidas alcohólicas y donde no es fácil la comunicación.
Miami también es uno de los pocos lugares de este planeta donde un inmigrante que huye despavorido de las guerrillas que quieren liberarlo, de Estados gigantomas y corruptos, del narcotráfico, la tiranía y el hambre, puede aspirar, en un plazo más o menos corto, a una vida más o menos próspera, más o menos segura, más o menos civilizada. No dependiendo para lograrlo más que de su capacidad y de su suerte.
¿Que existen trabas a la inmigración, abusos contra el inmigrante? ¿Que frecuentemente los guardacostas reciben a manguerazos de agua a escuálidos balseros escapados en increíbles botes de ese Gulag en forma de caimán que está sólo unas millas más al sur? Por supuesto que sí, pero bastante menos que en otras partes del país o del mundo. ¿Se imagina a un pobre indio guatemalteco que allá en el México solidario aspirase a la ciudadanía azteca?
Miami es, hoy por hoy, el único lugar del planeta donde ser cubano no es un estigma todavía. Por supuesto que en ello, como en todo, hay sus gradaciones, y no hay peor lugar para ser cubano que la propia Cuba.