por Teodoro de Rottiham
El padre Erasmo concluyó un día que, si seguías dándole vueltas a la noria, no había dudas de que seguías dándole vueltas a la noria. Estamos de acuerdo en que es una obviedad tan crasa que no llega ni a Perogrullo, pero justo por eso se hacía invisible a los ojos de los filósofos, y contenía toda la verdad del mundo.
La verdad, dice el sublime Erasmo, se oculta donde mejor se ocultan las cosas, bien a la vista. Otra muestra inobjetable de su profundidad, que recreándose en obviedades logra el mejor retrato del mundo. Siguiendo con la noria, en su tesis nuestro reverendo concluía que si querías dejar de darle vueltas a la noria sólo tenías que dejar de darle vueltas a la noria. Otra obviedad, por supuesto, pero pregunten a los desazonados por vicios y problemas sin nombre si eso no les ayudaría a resolver sus vidas, más aún que el más caro psicólogo, analista político y hasta esteta.
Todo, decía Erasmo, es cuestión de mecánica. Por eso, cuando los discípulos le traían problemas complejos él desplazaba los conceptos y se refería siempre a la noria.
Cantinflear cantinflea, de eso no hay dudas, pero qué genio para ese cantinfleo.