por Antonio Ramos Zúñiga
En mis viajes al exterior, por trabajo o vacaciones, siempre me acompaña la felicidad. Le pasa a cualquier turista. Pero, ¿qué pasa cuando regreso a Estados Unidos? Se supone que retornar a casa sea placentero. Pero, a veces, no lo es.
Para muchos turistas internacionales y ciudadanos norteamericanos, la aduana de Estados Unidos es un ejemplo de fea y estresante bienvenida. El monstruo siempre está al acecho para mostrarte cuán horripilante es. No sé si le han dicho a los aduaneros y policías de la frontera que deben olvidar la cortesía y volverse intimidantes y maleducados. Aquellos que entramos al país al parecer somos vistos como delincuentes, espías o terroristas, por tanto, se nos trata como tal. Es una lógica soberbia que he visto poco en los aeropuertos extranjeros, donde priman el buen trato y los modales acogedores.
He observado una insolente discriminación. Si usted es rubio o anglo, blanco que habla inglés sin acento, o lleva cuello y corbata, puede ser que lo respeten. No le hacen tantas preguntas y hasta quizás le dicen “welcome”. Es distinto para quienes parecen “exóticos”, me refiero a los de otro color de tez, idioma, vestimenta y, por qué no, estética. Hay que cuidarse si uno tiene cara de Tony Montana (Scarface) o de árabe, y he visto repetidamente que los aduaneros miran ceñudos y desconfiados a los hispanos. Cuando le tocó a un puertorriqueño que viajaba con su morral, me asombré de que le hicieran preguntas infamantes sobre sus finanzas y estado marital, etcétera, y luego lo mandaron a un chequeo más riguroso, mientras que al norteamericano de ojos azules no le hacían preguntas. Me han preguntado repetidamente por qué no viajo con mi esposa, o con qué dinero cuento para viajar, o por qué no escojo otro país para ir de paseo. A un turista colombiano que no podía contestar las preguntas en inglés de un aduanero implacable, le gritaron, y poco faltó para que lo arrestaran. ¿Por qué tantas preguntitas de mal gusto en lo que debe ser una cálida bienvenida?
Parece que el sistema olvida las reglas de la urbanidad, el respeto civil y los derechos humanos. Que yo sepa la ley patriótica antiterrorista de los Estados Unidos no estipula que haya que tratar mal a las personas. Lo peor es la mala imagen que sigue proliferando sobre nuestro país, lo que sirve de propaganda a los enemigos para mostrarnos como arrogantes y racistas. Por eso, es lógico que muchos extranjeros prefieran irse a gastar su dinero en países donde los traten bien. Si Estados Unidos quiere seguir recibiendo los beneficios del turismo internacional, debe comenzar por darle cara amable a la aduana. Si los norteamericanos quieren una acogida amistosa y decente dondequiera que vayan, deben hacer lo mismo con los suyos y los turistas extranjeros. Al menos tengamos una aduana que diga “welcome”.