por Tersites Domilo
Resulta que se largaron de Cuba, hicieron quién sabe cuántas maromas para cruzar el Estrecho (tan ancho) de la Florida, y plantaron en Miami. Llegaron, se fueron a vivir a casa de la tía, se buscaron un trabajo, se pelearon con la tía, compraron el transportation, aprendieron inglés, consiguieron un trabajo mejor, cambiaron el carro, compraron la casa, ¡aprendieron a encontrar una dirección en Hialeah! Al principio comían en La Carreta o el Versailles los sábados, pero ahora no salen de la casa si no es para ir a South Beach. En fin de año se van a un pueblito precioso de Georgia. Son razonablemente felices, que es todo lo feliz que se puede ser.
Ah, pero la felicidad no les basta. Algún demonio secundario los ha convencido de que no es cool ser feliz en Miami. Y se sienten obligados a explicarte que detestan “este pueblo”. Si tienen una bitácora o blog o como se llamen esos pujos pseudointelectuales, de cada tres artículos uno tiene que ser contra Miami. A veces Pérez Roura parece ser el centro de sus preocupaciones ontológicas, en otras ocasiones son los viejitos esos que tienen una asociación de mambises desvelados o algo así, o los combatientes anticastristas del Parque del Dominó, o el iluminado que adoquina las calles con discos de Juanes.
Todos saben que vivo en un maldito pueblo de campo de Long Island, pero cuando vamos por la mitad de la primera cerveza comienzan a comparar a Miami con New York para ponderar mi suerte. Si les hablo del crecimiento alucinante del downtown de Miami, me aclaran que la mitad de los edificios están vacíos. Me explican después la provisionalidad de todo lo que allí se construye. El transporte público, la congestión del tráfico, los negocios truculentos, las riñas internas de cada una de las 234 organizaciones políticas más importantes, la decadencia del Palacio de los Jugos, la falta de voz de Gloria Stefan: todo condena a Miami ante sus ojos. La corrupción de la ciudad les parece la peor del mundo; los lugares feos les parecen vergonzosos; los lindos, falsos; los fracasos, irremediables; los triunfos, imposturas.
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