Como siempre, habla de México y es sobre todo el mundo. Se refiere a la entonces naciente democracia española, y es una disección sobre la realidad y la decepción de lo político. Todo eso con un hablar pausado, en el que recomienda el desapasionamiento; pero cuando es justo esa idea del apasionamiento la que nos ha caracterizado, conduciéndonos a esta especie de callejón sin salida.
Magistral en su parsimonia, Octavio Paz nos demuestra que hemos alargado la fatalidad del siglo XX sobre nuestras vidas en el XXI; porque cuando nos enfrentamos respecto a Cuba, tratamos el mismo problema de la mitad del siglo XX, aquel 1959 que nos ha dividido por tanto tiempo. Los contrarrevolucionarios de hoy son los revolucionarios de ayer traicionados, es evidente; es decir, son los revolucionarios de siempre, clamando por su oportunidad de intentar la utopía. Sólo que fuera de tiempo, porque ahora estamos buscando nuestra “edad crítica” y esos enfrentamientos no serán productivos nunca más.
Octavio Paz recurre al anarquismo español, y con ello a la única posibilidad de individualidad plena que se dio en nuestra cultura; esa mesura parece un llamado de lucidez, un reclamo para el distanciamiento incluso estético. Es un llamado a la individualidad, a la comprensión y la apertura a nuestra propia humanidad. Paz critica al Estado, y lo ponemos en perspectiva: ¿no resultará también al Estado en potencia, que no se ha podido realizar aún pero espera latente en nuestros proyectos? Ese recuerdo del anarquismo español, ¿no será un anhelo sobre nuestra individualidad?
De la serie Voces Literarias, de Ignacio T. Granados