por Juan F. Benemelis
Hoy en día, como los candidatos más favorables para el inicial asentamiento humano en el espacio, destacan la Luna, Marte, los grandes asteroides del cinturón transmarciano, las inmensas lunas de Júpiter y de Saturno, y el planetoide Plutón.
Algunos de estos cuerpos celestes disponen de casquetes polares, de los cuales se puede extraer el agua necesaria para el consumo humano, desarrollar y producir alimentos, y generar atmósfera y energía. Según el astrónomo de la NASA Robert Jastrow, la Luna, nuestro estéril satélite, “es un lugar hospitalario comparado con Venus, donde, desde una altura de 40 kilómetros, cae una lluvia de ácido sulfúrico concentrado sobre una superficie tan caliente como plomo derretido”.
Las rocas lunares las compone un 40% de oxígeno, susceptible de reformarse en agua y aire. La Luna contiene casi todos los elementos químicos que utiliza la actual industria terrestre, y allí se puede obtener y transformar el 90% de los materiales fabriles conocidos: la silicona para los cristales, las fibras y los polímeros. El cemento puede hacerse a partir del regolito lunar e incluso abunda el raro isótopo helium-3, aplicable a los futuros reactores de fusión.
La Luna dispone de los minerales para construir las maquinarias, los cables y las aleaciones metálicas, como el aluminio, el manganeso, el cromo y el titanio. Son numerosos sus yacimientos de sodio, potasio y calcio, elementos requeridos en los procesos químicos. Resultará muy práctico excavar y enviar los minerales y productos lunares de forma compacta a las ciudades orbitales, sirviéndose de un acelerador de masa o catapulta electromagnética, como el estudiado por la NASA.
El hecho de que la Luna se encuentre convenientemente al alcance de la mano, emplazada casi intencionalmente para allanar nuestro primer paso al espacio, facilita que los problemas de la colonización solar sean menos dificultosos. Las ecósferas habitables en la Luna no podrán diferir sustancialmente de las que se extenderán en otras latitudes del espacio vecino. Las ventajas económicas de los hábitats autosuficientes son incalculables, por lo grandioso de su productividad y la trivialidad de sus costos. El aparato para el sostén de la vida sería mínimo.
La ubicación óptima de estos asentamientos sería, a todas luces, en los miles de cráteres ecuatoriales, donde es más asequible también el acceso a todo tipo de materia prima. Estas ciudades lunares se cubrirían con enormes cúpulas para protegerse de las radiaciones y preservar en ellas su atmósfera y la temperatura artificial, preservándose como una verdadera ecología autosuficiente. Luego de perfeccionarse la tecnología de edificación de los sistemas ecológicos en los pequeños cráteres, gradualmente se elevaría la escala dimensional de las ecósferas. Hay algunos cráteres, como el Copérnico, con 90 kilómetros de diámetro; existen 4,000 cráteres superiores a los diez kilómetros, y unos 60,000 cráteres lunares que sobrepasan el kilómetro.
En la Luna las estructuras no tienen que soportar fuerzas dinámicas —de los elementos o de la gravedad— equivalentes a las de nuestro planeta, lo que proporciona la posibilidad de construir torres o espirales varias veces más altas que en la Tierra. La exigua gravedad permite excavar enormes cavernas con altos techos, iluminadas y oxigenadas a partir del ejemplo de las estaciones subterráneas de transporte terrestre.
Toda la infraestructura de vida —viviendas, transporte, escuelas, almacenes, tiendas generales, fábricas, oficinas, laboratorios— puede emplazarse debajo del suelo de los cráteres o en sus paredes casi verticales. Asimismo, la maquinaria automática de sustentación que serviría a las viviendas e instalaciones se colocaría en cavernas del subsuelo lunar.
El centro de los cráteres es posible utilizarlos para la creación de lagos artificiales bordeados de sabanas, a los que se adaptarían ciertos tipos de animales terrestres. En estas ciudades lunares, los espacios de recreación y de uso común estarían ubicados en la superficie de los cráteres.