por Armando Añel
La muerte inducida del prisionero de conciencia Orlando Zapata Tamayo es un ejemplo, uno más, de la inhumanidad de un régimen cuya única prioridad es la preservación del poder. Por eso siguen muriendo presos políticos en las cárceles cubanas (Zapata no es el primero y probablemente no será el último), y por eso el castrismo se niega a reconocer a la oposición interna: Sabe que, a la larga, sólo puede continuar en el gobierno vendiendo la ficción de que representa la única opción legítima en el tablero político nacional. A estas alturas, el liderazgo castrista carga demasiadas muertes sobre sus espaldas como para aceptar que en una futura Cuba democrática sus crímenes sean aireados a la luz pública.
Por otro lado, de cara a la comunidad internacional, este es el mensaje del exilio, la disidencia interna y en general la inmensa mayoría de los demócratas cubanos: El silencio cómplice, la diplomacia solidaria con los represores, constituyen formas de legitimar el terrorismo de Estado en Cuba. No sienten a la mesa a gente con las manos manchadas de sangre.
Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, se muere otro activista de los derechos humanos en Cuba, periodista independiente, quien comenzó la pasada semana otra huelga de hambre –ha hecho ya algunas, incluso en prisión—: Guillermo Fariñas. La muerte de Orlando Zapata ha generado una reacción en cadena que tiene su vértice en la sociedad civil residente en la Isla. Allí, son varios los activistas, la mayoría encarcelados, que han comenzado ayunos en protesta por la muerte inducida de Zapata y por la liberación de los presos políticos, alrededor de 200, que permanecen injustamente recluidos, en condiciones infrahumanas, en las prisiones del país.
Tanto va el cántaro de la represión a la fuente, que rompe hasta la paciencia de los más retraídos. Algunos se han hartado de malvivir en Cuba, del abuso y la prepotencia gubernamental, de la mezquindad de unos militarotes siempre prestos a menospreciar el sufrimiento y la miseria de la población, y están dispuestos a morirse con tal de superar ese estado de cosas. Morir, también, para alumbrar una nueva manera de vivir, con dignidad, libertad y esperanza. La muerte de Orlando Zapata podría marcar un antes y un después en el camino de la transición cubana.