por Armando Añel
2007. Que ya vienen las reformas. Aunque nadie sabe a ciencia cierta cuáles son y qué niveles de profundidad alcanzarán. Que si eliminarán la cartilla de racionamiento, o tal vez la famosa “Carta Blanca” que obliga a la ciudadanía a aguardar por un permiso del gobierno para poder salir del país. Que si se anulará el sistema de doble moneda que segrega a la mayoría de la población. Que si los ciudadanos cubanos en el exterior ya no tendrán que pedir una visa para entrar al país donde nacieron. Que si uno podrá vender su casa o tener un automóvil. Que si uno, trabajando más y mejor, podrá comprarse un cepillo de dientes.
2007. 2008. 2009.
De todo esto se hablaba incluso hace un año. Hasta ahora, sin embargo, y sin descartar movidas por el estilo de las enunciadas en el párrafo anterior, la nomenklatura ha retornado al –cuando nunca salió del—viejo discurso del perfeccionamiento empresarial y el trabajo duro. “Las experiencias en materia organizativa y económica de las Fuerzas Armadas Revolucionarias ya sirvieron para sustentar el esquema del actual Sistema de Perfeccionamiento Empresarial puesto en marcha en la vida civil”, recordaba en el 2008 un reportero oficialista, con la mira puesta en una “estructura gubernamental más armónica”.
Ahora que ya no esperamos a Lage, que Raúl se pasea, melancólico, entre los restos de su hermano, que la nación entera –expectante en sus dos orillas— ya no especula sobre el alcance de las reformas, cabe admitir que, definitivamente, las llamadas a transformar “estructuralmente” el sistema han vuelto en realidad sobre los viejos esquemas, y consignas, al uso. Trasladar la mecánica laboral asumida por el ejército a las empresas regenteadas por civiles. Trabajar más y mejor. Reforzar el aparato represivo.
Reprimir todo lo que se mueva.