por Armando Añel
La democracia no es sólo una estructura, un conjunto de instituciones congregadas en torno a una Constitución. Es también, tal vez sobre todo, una cultura. En el caso cubano, y no en el ámbito castrista únicamente, se carece de una cultura democrática. Existen anhelos, instintos, teorías, suposiciones, pero no un asiento cultural capaz de soportar los enloquecedores vaivenes de una sociedad abierta. Esto, creo modestamente, lo demuestra la existencia de este blog, su foro público principalmente.
Y ni siquiera por aquellos que en la participación se equivocan y, lamentablemente, escogen el camino de la confrontación obscena, sino por aquellos incapaces de participar plenamente, de convivir razonablemente con la diferencia.
Una cultura de la democracia implica apertura mental, sentido de la autocrítica o, por lo menos, capacidad para tolerar la crítica ajena, por más tormentosa que ésta sea. Como los amigos, la democracia se prueba en las situaciones difíciles. No es, más o menos como dice Oscar Arias, la capacidad de respetar los derechos humanos de tus partidarios lo que te habilita para ejercer el juego democrático, sino la capacidad de defender los derechos humanos –la libertad de expresión, de opinión, etcétera—de tus enemigos más acérrimos, y aun en las situaciones más tórridas. Si no intentamos fluir en ese marco, de nada nos va a servir salir del castrismo.
Hay prioridades, es cierto, pero entre prioridades. La libertad de Cuba es una prioridad. Pero también que los cubanos aprendamos a convivir en democracia. Somos responsables por nosotros mismos. Eso es básico. ¿Usted es una figura pública? Pues compórtese. De lo contrario tiene dos trabajos: O se sabe criticable, objeto de opinión, y lo asume elegantemente, o corre el riesgo de ser infeliz de muy distintas maneras y durante muchísimo tiempo.