por Antonio Ramos Zúñiga
El Nobel es sin dudas el premio más famoso y bien pagado del mundo. Quien lo gana, no sólo alcanza notoriedad, sino una jugosa bolsa. Fundado en 1901 con mucho dinero testado por el industrial sueco Alfred Nobel, inventor de la dinamita, ha sido el aval más publicitado anualmente de los grandes aportes de sabios, humanistas y políticos, como Einstein y Linus Pauling, etcétera.
El Nobel premia en los ámbitos de la física, química, medicina-fisiología, literatura, economía y paz. Pero es en las adjudicaciones a literatos y abanderados de la paz donde han menudeado críticas y sinsabores. La Academia Sueca que otorga los premios ha sido acusada de parcialidad y selectividad favorables a figuras de vocación izquierdista, o de manejar criterios selectivos. A simple vista la lista de ganadores parece balanceada, pues lo han obtenido personajes de ideologías opuestas. Por ejemplo: Pablo Neruda, comunista (1971), y Octavio Paz, anticomunista (1990); el mediador diplomático Henry A. Kissinger (1973) y el líder palestino Yasser Arafat (1994).
Se ha señalado, sin embargo, que muchos de los premios fueron mal otorgados y hubo omisiones y olvidos escandalosos, lo que es obvio en muchos casos. Ha sido mal visto el encumbramiento de personajes con antecedentes y agendas violentos, como el mismo Arafat. Los Nobel de la Paz dados a la Menchú, Pérez Esquivel, Shimon Peres, Gore, Obama y otros siguen dando pie a controversias. La Academia no dice por qué nunca concedió el Nobel a figuras trascendentales que lo merecían, como James Joyce, Borges, Vargas Llosa, etcétera.
Ahora, las Damas de Blanco, un piquete de mujeres heroicas que visten de blanco y caminan en silencio por las calles, enarbolan flores y piden la libertad de sus esposos presos por razones políticas, cercadas por un entorno victimario y hostil que las reprime, en la Cuba de hoy, han sido propuestas para el Premio Nobel de la Paz, y miles de personas albergan la esperanza de que su reclamo pacífico pro derechos humanos sea tomado en cuenta. En este caso el símbolo reivindicador rebasa la protesta silenciosa para convertirse en mensaje universal de amor y fe; esta manera viril y civilizada de apoyar a presos de conciencia, utilizando el arma de la acción cívica en las calles, es un ejemplo imitable que ha generado simpatía internacional. Mujeres que no temen a la represión del Estado totalitario y que abogan por la libertad de sus esposos son en sí un Premio Nobel. Otorgarles dicho premio no sólo sería justo, sino que las protegería de los atropellos castristas.
Es difícil suponer qué escala de valores sobre lo “políticamente correcto” inspiraría a los académicos suecos. Habrá que ver si lo más importante es la elegibilidad humanista o la ideológica. En un mundo de tanta doblez seudodemocrática, podemos esperar que estas damas sean desestimadas si no cuadran en la visión modélica preponderante, en la que el anticastrismo aún persiste como tabú. Lo que puede cambiar las cosas es la ola mundial de repudio contra el gobierno cubano tras la muerte en huelga de hambre del preso de conciencia Orlando Zapata Tamayo.
Ante la manifiesta violencia del régimen, las Damas de Blanco constituyen una alternativa. Tal vez los suecos consideren válido recompensarlas siendo, como son, las mejores esposas políticas del momento.
Nota: Participé por Internet en la recogida de firmas a favor de la candidatura de las Damas de Blanco para el Premio Nobel de la Paz.