por José Luis Sito
“Cuba desaparecerá antes que aceptar el chantaje”, declaraba Raúl Castro hace pocas horas. “Si la guerra está perdida, que la nación perezca”, ordenaba Hitler en el telegrama 71.
A pocos días de la caída del Tercer Reich, Albert Speer, ministro del Armamento y de la producción bélica, no acató las últimas órdenes del Fuhrer de arrasar las infraestructuras productivas, evitando así la destrucción total de la nación alemana.
La declaración de Raúl Castro debe de ser examinada con particular atención. Completar la destrucción de su propio pueblo y el aniquilamiento de todos sus recursos y de todos sus habitantes si fuese necesario corresponde perfectamente a la naturaleza del castrismo: una naturaleza suicida.
Conocemos la visión mortífera de los totalitarismos y de los fascismos, alimentada por los gritos de “Viva la muerte” y, en el caso cubano, de “Patria o Muerte”. Mismos himnos de puro nihilismo realizado.
El hermano dictador no duda un instante en recordarnos que ya antes habían preferido el camino de la extinción: “Este país jamás será doblegado. Antes prefiere desaparecer, como lo demostramos en 1962”. Es una visión apocalíptica, en perfecta sintonía con lo que Hanna Arendt nos enseña sobre el totalitarismo y el fascismo: un movimiento… donde la guerra y el riesgo de perder la guerra actúan como aceleradores. Cuanto más cerca están de la derrota final, más se acercan a ese estado de suicidio que realiza su destrucción y su nihilismo.
Es por esta razón, entre otras, por la que el castrismo no se derrumbó en 1989. Porque prefiere destruir la isla y condenar a todos sus habitantes a la hambruna y, si necesario, recurrir al crimen de masas, antes que doblegarse. El “Periodo Especial en Tiempos de Paz” quedará en la historia como uno de los mayores crímenes cometidos contra un pueblo por sus propios gobernantes. Fue, en este sentido, un puro acto suicida, acorde con el carácter fascista y totalitario del régimen. En Corea del Norte, un sistema idéntico al cubano, la hambruna provocó hace unos años la muerte de un millón de personas.
No se trata entonces de especulaciones intelectuales, sino de hechos que tenemos a la vista y de un lenguaje que expresa a la perfección la naturaleza del régimen. Cuando el dictador declara que prefiere ver a Cuba desaparecer antes que concederle su libertad, y que no cederá “pase lo que pase”, hay que tomar esa aterradora amenaza al pie de la letra.
Los países latinoamericanos y toda la comunidad internacional deben tomar posición ante tales declaraciones espantosas, y advertir al régimen que no permitirán que extienda la violencia, el crimen y la destrucción. En cuanto a los funcionarios y burócratas cómplices de la dictadura, deben saber y comprender que ni ellos mismos están a salvo de la nueva catástrofe suicida que planean los hermanos Castro.