por Antonio Ramos Zúñiga
El anunciado Concierto por la Patria, un super promocionado espectáculo musical con la presencia del afamado cantautor Silvio Rodríguez, actualiza aquello de que el arte es un arma de la revolución. Cuando el gobierno castrista enfrenta la crítica mundial por violar derechos humanos y dejar morir a un huelguista de hambre disidente, nada más a propósito que vender una imagen legitimadora y efectista con canciones y consignas a coro. En esto nadie le gana a Silvio.
Pero, ¿quién es este niño mimado del castrismo, polemizado en el exilio, adorado por la izquierda, aupado en Cuba al reino de los intocables? Nacido en el pueblo habanero San Antonio de los Baños, en 1946, ha sido sin dudas un fenómeno musical cubano por muchos años. Fundador de la llamada Nueva Trova junto a Pablito Milanés y otros, colma una etapa del pentagrama de la Isla con una sonoridad propia y, más que todo, con una letra de doble lectura que gustó a los jóvenes. Sus composiciones, pletóricas de melodía y metáforas, han obtenido reconocimiento y mercado. Si no, no fuera un nuevo rico.
A finales de los años 60 del siglo pasado, con pelo largo, pantalones tubo y botas cañeras, era el Bob Dylan cubano, aclamado por sus canciones contestatarias y estilo informal. El hecho de que lo botaran del ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión) y lo vetaran en el Festival de la Canción de Varadero, lo convirtió en un héroe juvenil, joven rebelde hecho a la medida de la generación The Beatles, que expresaba el sentir de una juventud disconforme. En busca del estro, salió a navegar en el barco pesquero “Playa Girón”, y así comenzó la mística. Nadie sabe por qué después de esta extravagancia Silvio fue otro.
Pronto conquistó los estrados protagónicos de Casa de las Américas y la Canción Protesta, fue líder del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) y sus fondos musicales impregnaron los documentales de Santiago Álvarez. ¡Cuba va, Cuba va! Llegó todo lo que quería Silvio: viajes, conciertos internacionales, estrellato, dinero. De juglar irreverente pasó a ser el más difundido cantor de una denominada épica revolucionaria, y embajador de la apología del castrismo en el exterior.
¿Cómo fue que reeducaron a este niño malo y medio gusanoide? Influyentes miembros de la nomenclatura, Roa Kourí, Alfredo Guevara y, principalmente, Haydée Santamaría, con la aquiescencia del general y actual presidente Raúl Castro (su suegro, dicen), le abrieron las puertas del paraíso: el exclusivo círculo de las vacas sagradas, apadrinados “desde arriba”, con licencia para darse la gran vida. Círculo donde han figurado pocos: el geógrafo Núñez Jiménez, la primerísima bailarina Alicia Alonso, el médico Álvarez Cambra, el historiador Eusebio Leal, el corredor Juantorena, el poeta Pablo Armando Fernández, el funcionario cultural Abel Prieto... De ahí a la gloria comunista –léase elitismo vitalicio— es sólo un paso (si no hay malos pasos).
Silvio sí ha dado malos pasos, pero no precisamente para disgusto de sus mecenas. En 1980, cuando el masivo éxodo por el Mariel, fue activo en los mítines de repudio contra los que abandonaban el país. Así se ganó puntos. En este contexto, su propia esposa emigra a Miami. Tal vez como desquite se dedicó a componer canciones cada vez más comprometidas con el régimen.
Carlos Aldana, por entonces el tercer hombre del gobierno castrista, uno de los padrinos más apasionados de Silvio, conceptuaba a éste como “la mejor arma de la revolución”. Lo cierto es que el cantautor ha logrado inculcar una euforia favorable a la cultura castrista en los auditorios internacionales. Gracias a Aldana, la consagración llega cuando Silvio es llevado a la Asamblea Nacional a cantarle a Fidel. Luego, lo encumbran a diputado de esa misma Asamblea, donde en el 2003 apoya la pena de muerte a tres jóvenes que habían robado una embarcación para huir del país. Ya es el caso de un Silvio vencido definitivamente por la ideología y la ambición, más interesado en ser una institución fidelista que un trovador genuino.