google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Iglesia y mediación

martes, 22 de junio de 2010

Iglesia y mediación

por Ignacio T. Granados

Unas palabras de Oswaldo Payá, ampliamente comentadas, acusan a la Iglesia de usurpar el lugar de la disidencia frente al gobierno cubano; y lo peor es que es cierto, y lo menos malo que esto traerá sería algo así como un Tratado de París, en que el más interesado es quien menos cuenta.

Sin embargo, esta contradicción es inevitable por la misma fractura política de una disidencia que nunca ha logrado coordinarse. No ya proponerse una agenda única, sino trabajar en forma coordinada, aprovechándose de su propia pluralidad. Es ingenuo creer o esperar que la Iglesia no actúe con oportunismo; no por gusto es la institución política más vieja del mundo, la decana de toda maniobra y manipulación, que sabe atenerse a sus propios intereses. La disidencia cubana, en cambio, no ha logrado actuar con madurez política. Todos hemos creído que basta con la legitimidad moral, y no hemos podido ceder un ápice en busca y provecho de la oportunidad; ceder no ya respecto al gobierno, sino respecto a los otros actores de esa disidencia misma.

Ahora, después que los ayudantes amasaron el pastel y sudaron vigilándolo frente al horno, viene el maestro y lo aparta, le pone una fresita y dice que es obra suya. La Iglesia cubana ha sido paciente, lo que es loable, pero no valiente; no es justo que excluya a la disidencia, sustituyéndola como único actor ante el gobierno cubano. Sólo que el mundo no es justo, y es tonto esperar todavía que lo sea; quizás sea hora de que la disidencia se desentienda de aliado tan voluble, después de todo fue ella quien creó la situación y bien podría defender sus propios intereses. También podría sacar ciertas lecciones y ser más selectiva a la hora de escoger aliados, que todo no puede ser circunstancial; en algún momento ha de mostrarse también alguna coherencia, y éste es uno de esos momentos en que se le podría apartar a la Romana, cortés pero firmemente.

Quizás así la Iglesia comprenda que no basta su paciencia, que deberá embarrarse también un poco. Que si, como dice, hay que tener esperanza en el mañana, también debe ir acumulando méritos reales para ese día.

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