google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Las pastillas de la Reina y el Códice Thamacun

domingo, 22 de agosto de 2010

Las pastillas de la Reina y el Códice Thamacun

por el Investigador de Nuevo Songo

Empuñaba la Espada Encendida que había guardado el Árbol de la Vida en el Edén, la que sería la espada justiciera que saldría de la boca del jinete en el Apocalipsis. Era la Espada de la Sabiduría de El Códice Thamacun. Pero no lograba con ella derrotar al Eritrolo.

Era una pelea del Bien contra el Mal, en igualdad de condiciones, acero contra acero, porque el Eritrolo empuñaba la espada del Diablo citada por Dante. Acero contra Asere. Era una prueba de resistencia y una batalla a muerte que había comenzado con el alba, y ya casi se ponía el sol. Se le agotaban las fuerzas al Periodista. ¿Estaría destinado a perder esta contienda? ¿Se quedaría sin saber el misterio del Códice Thamacun?

Todo comenzó de la manera más natural del mundo. Un periodista que hizo unas preguntas, unas preguntas que lo llevaron a emprender una investigación en una tarde calurosa en Nuevo Songo del Norte, una investigación que lo llevó a las profundidades más recónditas de los mitos.

La búsqueda de la verdad lo había conducido de las tabernas del puerto de Port La Maya --donde sí había tela marinera— hasta el desierto de Judea, en Tierra Santa, y desde esta tierra primigenia hasta un periplo inimaginable, sin fronteras temporales. Se adentró en el territorio de los sueños y la leyenda y desde entonces todo fue posible. Todo. Hasta pelear, como estaba haciendo, con un Eritrolo Blogofagio, en el mismo lecho del mar.

El Eritrolo blandía su espada con todas sus fuerzas. Esquivando una estocada, el Periodista tropezó con una piedra y estuvo a punto de perder el equilibrio. Miles de ojos expectantes se clavaron en él como garras de hierro de torturas medievales. Eran los anonifagios blogoferos, que esperaban para devorar un cadáver, ávidos, ansiosos de caer sobre la carroña hasta dejar sólo los huesos con los tuétanos machacados.

Flaqueaba. Y entonces recordó las palabras de Anakantra cuando la espada de metal refulgente, incrustada de piedras preciosas jamás vistas por ojo humano, salió propulsada del mar y él extendió su mano y asió el arma por la empuñadura: “El conocimiento es como una espada disparada hacia ti”.

Se dio cuenta de que no vencía al Eritrolo porque no tenía fe, porque no es el poder de la espada lo que lleva a la victoria, sino la fuerza de la sabiduría. Se sintió muy cerca del secreto de El Códice Thamacun, y eso le dio bríos.

Una nueva arremetida, con todas sus energías, lanzó al Eritrolo contra el lecho marino. El Periodista le apuntó, sin tocarlo, con la espada, de cuya hoja brotó una luz añil. “Que todo el poder del arma que ahora empuño, te destruya. Esta es la Espada de la Sabiduría de El Códice Thamacun”.

Al decir estas palabras ocurrió el milagro: el Eritrolo se deshizo en burbujas que fueron desapareciendo hasta volverse círculos concéntricos cada vez más pequeños en la superficie marina. Con la punta de la Espada y su luz color añil apuntó el Periodista a los anonifagios, que se convirtieron, por ensalmo de la Sabiduría, en Anonimones Felices, en Seres de Luz.

Alzó victorioso el metal. Una columna de Sol penetró las aguas, una tromba refulgente lo cegó por un instante, y todo se secó. Todo el mar se volvió una gota de agua en la punta de la espada, una gota azul solidificada en forma de rombo, que el Periodista se apresuró a atesorar en la palma de su mano.

La voz de Anakantra volvió a escucharse: “Esa gota de mar es una de las Pastillas Azules de la Reina, que dan la vida. Todo el mal que hizo el Eritrolo queda conjurado con su desaparición. Aquellos muertos que él mató yacen finalmente en paz. Ahora ya puedo responder tu tercera y última pregunta”.

Abrumado por el peso de los mitos, extenuado por el esfuerzo de la batalla, esperanzado por la promesa de la pastilla, el Periodista dejó caer la espada y se hincó de rodillas frente a Anakantra.

“Mucho me ha costado llegar hasta aquí, Suprema Señora. Conocer el secreto de El Códice Thamacun era el objetivo mayor de mi existencia. Pero ahora renuncio a saberlo y mi tercera y última pregunta quiero cambiarla. Ruego que en lugar de responderme lo que te había preguntado, me respondas lo que de verdad en este momento quiero saber: ¿Dónde descansa el cuerpo de Inga la Vikinga?"

Continuará…

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