google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Cuba, de la imaginación a la rutina (I)

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Cuba, de la imaginación a la rutina (I)

por Manuel Gayol Mecías

¿En qué medida el cubano “lo ha tirado todo a relajo” para no “poner el muerto”? En otras palabras, ¿se puede decir que el pueblo cubano, o una gran mayoría del pueblo cubano, aparenta no haberse tomado en serio la falta de libertad que ha padecido?

El problema es resolver en la calle la existencia cotidiana, sin ver las causas, o sin querer ir a las causas de las causas, porque, claro, el asunto no es de patria o muerte, sino de “comida o muerte”. Esto aparenta haber sido siempre una estrategia del gobierno para el control, debido a que se supone que mientras más hambre y miseria haya, más entretenido estará el pueblo tratando de subsistir; así nadie tiene tiempo para pensar en rebelarse.

Aquí el choteo (el relajo en la existencia) se mezcla con el miedo físico y psicológico. Y es entonces cuando la imaginación se borra y el choteo se va convirtiendo aun más en un escape mental. De esta manera, con el tiempo, se ha ido creando una subcultura de doble moral: fingir y relajarse para sobrevivir, qué se va a hacer: “Yo me burlo (de todo), luego existo”. En este sentido caben muchas cosas: la aceptación de la vida impuesta como algo irremediable; el fingir para subsistir; el robo para subsistir; la prostitución para subsistir; el miedo a lo conocido y el miedo a lo desconocido nos hacen soñar falsamente, y para quitarnos el miedo le ponemos salsa a las cosas, porque nada, “tú ves, la vida es un carnaval”. Así se perdió la imaginación vital y sólo quedó la rutina, la falta de creatividad, la existencia repetida en una uniformidad de miseria, la monotonía de una vida que nada más dispone de corrupción, miedo e incertidumbre.

Así se ha creado la cultura de la subsistencia, como que todo lo que se pueda hacer para sobrevivir es justificable. Y aquí es cuando hemos corrido el riesgo de degenerarnos como pueblo, y reconozco que hemos estado o estamos aún a punto de naufragar. Somos las víctimas, y como víctimas no tenemos derecho más que a escabullirnos, a “escapar”, término que se ha impuesto en Cuba, como el de “librarnos”. Hay una cola y el último pan le llegó a las manos a un cubano, como caído del cielo, entonces: “escapé, asere”, dice. O si no, cuando un grupo de varias personas logra alcanzar la última ración de comida del restaurante (bueno, cuando había restaurantes para los cubanos): “La libramos consorte”.

Es cierto que todo esto podría justificarse, pero a mi juicio la justificación de la “supervivencia” no es más aceptable que la justificación genética de que en realidad es nuestro carácter el que nos ha llevado a buscar estos supuestos caminos de justificación. Si no hubiéramos estado condicionados socialmente por el germen o el temperamento de la dependencia, seguramente nuestra disposición ante la circunstancia dictatorial habría sido otra. Pero también hay que insistir que en el cubano late, junto a los defectos, esa imaginación de la esperanza, y junto a la esperanza vibra una estrategia de resistencia: El repetirse inconscientemente que siempre habrá una vida mejor.

Del libro en preparación 1959. Cuba: El ser diverso y la isla imaginada

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