google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: El compromiso

domingo, 5 de septiembre de 2010

El compromiso

por Manuel Gayol Mecías

El pecado original de una buena parte de los intelectuales, si no de la mayor parte, es el compromiso con alguna filiación política, incluso a veces un compromiso a ciegas, digamos: ese partidismo en el que se sumergen como fanáticos los escritores, los cineastas, los pintores, los científicos y premios Nobel, etcétera, sin caer en cuenta y, en muchos casos, sin querer caer en cuenta, de que la ley más natural que existe para que la vida funcione en el más justo sentido es el no compromiso partidista.

Si vamos a la historia, vemos a escritores, artistas y científicos que han bajado a la posición de “tontos útiles”, como dice el autor cubano Manuel Pereira. Goethe —al modo de “tonto útil”— fue el primero de ellos, según este escritor, cuando se “convirtió en el candoroso propagandista” de Napoleón; cuestión esta que pudo haber provocado el impulso para que al insigne escritor alemán le sedujera el poder y la seducción le propiciara la creación de Fausto, su inmortal personaje y una de las grandes obras alemanas. Pero de otra manera y peor, otros fueron “tontos útiles” de Lenin y Stalin, de Mussolini, Hitler y de Fidel Castro, así como de famosos mecenas medievales, de emperadores y muchos sátrapas históricos. En definitiva, el “tonto útil” era y es aún el que se compromete a vender su alma por vanidad y por vivir bien, y no por soñar y escribir bien.

“Vanidad”, porque la mayoría de los dictadores casi siempre han necesitado de los escritores, artistas y científicos, para ser apoyados en su apariencia de benefactores del pueblo (los dictadores, claro), con el propósito de tener un halo de lujo, de ilustración, digamos, para sus grandes “reivindicaciones” y hasta para las increíbles utopías de sus revoluciones, impulsadas por sus intelectuales. Esta clase de “creador” ha dado muestras de querer convencer de su única verdad, de un mundo “bello y exacto”, aun cuando se sepa de antemano que es un proyecto inalcanzable. De modo que con esta excusa —o legítima creencia, quién sabe— el intelectual le compra la vanidad al dictador (¿o el dictador se la vende?). Pero siempre esta “vanidad” sirve para justificar las tiranías y los medios que se empleen para llevarlas a cabo. Craso error del intelectual, porque entonces su vanidad sigue justificando las injusticias, que se hacen vox populi.

Este “sueño”, donde el crítico, el ensayista, el narrador, el poeta, el científico o el artista entra en trato con el dictador —como sucede en la obra Fausto, por la sed del conocimiento o por querer poseer las alas doradas de la perfección social—, termina haciéndose “pesadilla” para el colaboracionista en que se convierte este tipo de creador, en la medida en que el sueño de la vanidad le fue “acomodaticio y confortable” y, de repente, se le convierte, a nivel de conciencia, en el horror de un caos hasta que esa, su conciencia (la del intelectual, naturalmente), no le permite seguir haciéndole el juego a su mecenas. No obstante, si ha pasado mucho tiempo, el “creador” puede reconocer que ya se ha embarrado tanto que no hay salida… ¿O sí? ¿Cómo escapar entonces de la Isla del Diablo?

“Vivir bien” es, por su parte, una condición connatural dentro del sueño de la vanidad. El escritor, el artista, el científico que toma partido por una causa política y pone su obra en función de esas únicas ideas, se somete a ellas; vive bien pero sacrifica su creación, su alma y, de hecho, más tarde o más temprano, deja de ser creador. Así de simple.

Por tanto, los intelectuales tienen derecho a equivocarse, y hasta “hacer el juego durante un tiempo” para así poder “escapar de la Isla del Diablo” (Pereira), o lo que es lo mismo: salirse de la vanidad, o como ya dije, de la legítima creencia errónea que alimentaron. Por supuesto que el juego o el engaño a los decretos del dictador no harán a este intelectual igual de digno que el creador que desde un principio se abstuvo de defender y creer en la obtusa política o en aquellas ideas que arrastran a los “tontos útiles” en su “ingenuidad”, y las combatió. Pero siempre la rectificación del “tonto útil” le salva. Si logra escapar a tiempo de la Isla del Diablo, la creación se hace transparente y propicia la reivindicación. Y si no, tiene que buscar la libertad creativa desde adentro, desde donde la eficacia del sacrificio le otorga mayor transparencia a sus ideas, por el riesgo de perecer. No le queda otra. Los cubanos tenemos muchos ejemplos de ello.

El compromiso es con la vida, contra lo injusto de los que hacen la existencia injusta; pero ese compromiso tiene su primera fase en la obra. Es el compromiso con la libertad total. El creador tiene que dejar así que su obra fluya con la naturalidad del corazón y de sus más recónditos pensamientos (Blaise Pascal), y que la obra, fantástica o realista, esté fundida a su conciencia, a las verdades naturales que subyacen, laten y proyectan su propia luz.

Meloni: ¿Oportunista o fanática?

  Carlos Alberto Montaner En los años 1959, 60 y 61 se referían en Cuba a los “melones políticos” como alguien que era verde por fuera y roj...