por Manuel Gayol Mecías
En Cuba todo ser humano que pueda percibir de manera sensorial las ideas, las imágenes, incluso los conceptos de una metafísica paradisíaca, estaría dotado para sentir y aquilatar el embrujo que se desplaza en las partículas del aire. “El mundo de la Imaginación permite que los espíritus se corporeicen y los cuerpos se espiritualicen” (Ibn al-Arabi, en Chittick). Es como se ha planteado, que las cosas se ven y se escuchan con los ojos y los oídos de la intimidad (Ídem). Por lo que la Isla tendría la posibilidad de ser engendradora de hacedores, de ojos inverosímiles y escuchas de lo insondable. De esta manera, mediante la evocación poética, pudiéramos explicarnos por qué dicen que a Cuba aún le queda la magia, a pesar de la catástrofe que ha vivido en los años de proceso revolucionario.
Sin lugar a dudas, podemos considerar que la imaginación es lo inmediato para el cubano; es quizás el plano de un umbral muy secreto, mágico, para tratar de ser certero, que sólo se puede percibir por degustación de la vida corpórea y de la espiritualidad (donde está lo angélico), porque constantemente se está rememorando el sentido otro de un origen aún no vuelto a vivir y siempre deseado en el inconsciente. Por ello sacaríamos, al menos, la conclusión de que existe algo, un destino, una incertidumbre que al mismo tiempo es certidumbre. Paradoja en la que lo primero es lo desconocido, lo no saber nunca por dónde andamos; y lo segundo es la verdad de saber que somos algo, y todo envuelto en un sentido de ámbar (invisible energía de la Imago) que nos hace entrar en la dimensión de la imaginación y volver luego a lo corpóreo.
Por eso podemos afirmar que el cubano, además de ser diverso y mientras progresaba en su identidad (fundamentalmente años de la década del 50), era muy sensorial en el impulso imaginativo que lo centraba (la imaginación en nosotros, aún proviene del europeo, del negro africano y del asiático; pero también nos centraba, y nos centra más hoy en día, por el carácter de isla que nos aisló desde el principio, y por el mayor y brutal aislamiento en que nos sumió la cerrazón totalitaria de estos cincuenta años y más). Este aislamiento, geográfico, histórico, social, político, esta falta de libertad total, nos dejó sólo la imaginación como camino de subsistencia.
En Cuba todo ser humano que pueda percibir de manera sensorial las ideas, las imágenes, incluso los conceptos de una metafísica paradisíaca, estaría dotado para sentir y aquilatar el embrujo que se desplaza en las partículas del aire. “El mundo de la Imaginación permite que los espíritus se corporeicen y los cuerpos se espiritualicen” (Ibn al-Arabi, en Chittick). Es como se ha planteado, que las cosas se ven y se escuchan con los ojos y los oídos de la intimidad (Ídem). Por lo que la Isla tendría la posibilidad de ser engendradora de hacedores, de ojos inverosímiles y escuchas de lo insondable. De esta manera, mediante la evocación poética, pudiéramos explicarnos por qué dicen que a Cuba aún le queda la magia, a pesar de la catástrofe que ha vivido en los años de proceso revolucionario.
Sin lugar a dudas, podemos considerar que la imaginación es lo inmediato para el cubano; es quizás el plano de un umbral muy secreto, mágico, para tratar de ser certero, que sólo se puede percibir por degustación de la vida corpórea y de la espiritualidad (donde está lo angélico), porque constantemente se está rememorando el sentido otro de un origen aún no vuelto a vivir y siempre deseado en el inconsciente. Por ello sacaríamos, al menos, la conclusión de que existe algo, un destino, una incertidumbre que al mismo tiempo es certidumbre. Paradoja en la que lo primero es lo desconocido, lo no saber nunca por dónde andamos; y lo segundo es la verdad de saber que somos algo, y todo envuelto en un sentido de ámbar (invisible energía de la Imago) que nos hace entrar en la dimensión de la imaginación y volver luego a lo corpóreo.
Por eso podemos afirmar que el cubano, además de ser diverso y mientras progresaba en su identidad (fundamentalmente años de la década del 50), era muy sensorial en el impulso imaginativo que lo centraba (la imaginación en nosotros, aún proviene del europeo, del negro africano y del asiático; pero también nos centraba, y nos centra más hoy en día, por el carácter de isla que nos aisló desde el principio, y por el mayor y brutal aislamiento en que nos sumió la cerrazón totalitaria de estos cincuenta años y más). Este aislamiento, geográfico, histórico, social, político, esta falta de libertad total, nos dejó sólo la imaginación como camino de subsistencia.