por Ignacio T. Granados
En el sentido de estética, lo mejor de Cumberland probablemente ha sido su floración; es decir, no sólo la novela en que se condensa [Erótica], sino la amplia secuela en que se expande, y que ya figura toda una guirnalda, un ramillete [gr. antología]. A ese ramillete pertenecen los cuentos de Maurice Sparks, un personaje de ficción que preda en los campos de Cumberland y que se dio a conocer con timidez, en unos cuentos escuetos y ligeros, de claro sentido sexual, que en ese momento no pretendieron nada más.
Maurice Sparks, sin embargo, es sólo un seudónimo, una máscara que esconde a un hombre con profundos intereses literarios, como pronto demostró la evolución de sus cuentos. La pregunta de qué fue primero, si el interés o la ocasión, habría que dejarla colgada hasta por su falta de interés; porque si bien es evidente que el autor es escritor por naturaleza, la pequeña dejadez de sus primeros cuentos no permite pensar mucho en manipulación.
Lo cierto es que los cuentos de Maurice Sparks exhiben hoy día un grado de madurez que los pone a la altura de cualquier literatura; ya no se trata de un simple juego, incluso si aún es un juego para el autor, lo que es dudoso. Los experimentos dramáticos de Maurice van desde lo surreal a lo trágico, y a veces lo mezclan; pocas veces se permite volver al juego superficial de la aventura pasajera, e insiste en hacerse denso y alambicado. Pero es ahí donde se hace especioso y rico, en el vuelo con que remeda la aventura pasajera, y es en verdad alambicado y denso incluso si visita el humor, que puede ser retorcido y amargo. Porque lo surreal en Sparks viene por una reducción ad absurdum que remarca el drama de situaciones no tan absurdas, como bien nos demuestra nuestra cotidianidad.
En ese sentido, está claro que Sparks no es sólo víctima del Kafka que es un superclásico; hay mucho del Cortázar de Casa tomada y La noche boca arriba, mucho absurdo sacado de la vida real que se teje en insospechadas vueltas. Es otro aporte de Cumberland en ese sentido de una literatura de Internet, por más que Maurice se mantenga aún en los cánones de la escritura tradicional; porque incorpora sin embargo esa velocidad que exige la lectura de ocasión, que debe equipararse sin embargo a los tomos tradicionales estilo Gütemberg, y que por lo tanto juega en desventaja, sólo que con una gracia y un donaire bello y singular.
Cortesía Dirty City
En el sentido de estética, lo mejor de Cumberland probablemente ha sido su floración; es decir, no sólo la novela en que se condensa [Erótica], sino la amplia secuela en que se expande, y que ya figura toda una guirnalda, un ramillete [gr. antología]. A ese ramillete pertenecen los cuentos de Maurice Sparks, un personaje de ficción que preda en los campos de Cumberland y que se dio a conocer con timidez, en unos cuentos escuetos y ligeros, de claro sentido sexual, que en ese momento no pretendieron nada más.
Maurice Sparks, sin embargo, es sólo un seudónimo, una máscara que esconde a un hombre con profundos intereses literarios, como pronto demostró la evolución de sus cuentos. La pregunta de qué fue primero, si el interés o la ocasión, habría que dejarla colgada hasta por su falta de interés; porque si bien es evidente que el autor es escritor por naturaleza, la pequeña dejadez de sus primeros cuentos no permite pensar mucho en manipulación.
Lo cierto es que los cuentos de Maurice Sparks exhiben hoy día un grado de madurez que los pone a la altura de cualquier literatura; ya no se trata de un simple juego, incluso si aún es un juego para el autor, lo que es dudoso. Los experimentos dramáticos de Maurice van desde lo surreal a lo trágico, y a veces lo mezclan; pocas veces se permite volver al juego superficial de la aventura pasajera, e insiste en hacerse denso y alambicado. Pero es ahí donde se hace especioso y rico, en el vuelo con que remeda la aventura pasajera, y es en verdad alambicado y denso incluso si visita el humor, que puede ser retorcido y amargo. Porque lo surreal en Sparks viene por una reducción ad absurdum que remarca el drama de situaciones no tan absurdas, como bien nos demuestra nuestra cotidianidad.
En ese sentido, está claro que Sparks no es sólo víctima del Kafka que es un superclásico; hay mucho del Cortázar de Casa tomada y La noche boca arriba, mucho absurdo sacado de la vida real que se teje en insospechadas vueltas. Es otro aporte de Cumberland en ese sentido de una literatura de Internet, por más que Maurice se mantenga aún en los cánones de la escritura tradicional; porque incorpora sin embargo esa velocidad que exige la lectura de ocasión, que debe equipararse sin embargo a los tomos tradicionales estilo Gütemberg, y que por lo tanto juega en desventaja, sólo que con una gracia y un donaire bello y singular.
Cortesía Dirty City