El español es un pueblo regional, particularista, invertebrado, donde la máxima aspiración de todos sus componentes es ser su propio jefe y no aceptar órdenes de nadie. El hispano jamás se resigna a ser un subordinado y acepta a duras penas su inserción en la colectividad. Ese individualismo radical, templado en España por el peso de instituciones seculares inconmovibles, la Iglesia y la Monarquía, encontró su más vasto campo de operaciones en el Nuevo Continente. Si es cierta la tesis hegeliana de que la historia es el desarrollo de la idea de Dios, es indudable que Dios supo escoger el mejor pueblo para conquistar América (...)
Alentado por las divisiones geográficas, el individualismo de los viejos conquistadores, que se adormecía progresivamente en la colonia, surgió de nuevo rebelde e incontrolable en la América hispana. Desgraciadamente, ya no quedaban regiones por descubrir, ni mares que surcar; ahora, ante las viejas ambiciones, hay un sólo y codiciable objetivo: el poder. Los caudillos menores prefieren desgarrar la América y dominar sobre amputaciones a obedecer a una autoridad común y superior. La masa aborigen se presta a todos los impulsos, y el gran sueño se disipa. Naciones fragmentadas, gobiernos efímeros, revoluciones y contrarrevoluciones, golpes y contragolpes; tal es el resultado de la indisciplina imperante. Y por todas partes los eternos caudillos, sin la gloria de los antiguos capitanes, sacrificándolo todo por mantenerse en el poder.
Tales fueron los primeros años de vida independiente, los primeros frutos de nuestra libertad prematura. El factor original hispánico, individual y particularista, se desbordaba arrasándolo todo ante la quiebra de la autoridad superior. Confusión y divisionismo fueron los primeros trágicos resultados.
Luis Aguilar León
Alentado por las divisiones geográficas, el individualismo de los viejos conquistadores, que se adormecía progresivamente en la colonia, surgió de nuevo rebelde e incontrolable en la América hispana. Desgraciadamente, ya no quedaban regiones por descubrir, ni mares que surcar; ahora, ante las viejas ambiciones, hay un sólo y codiciable objetivo: el poder. Los caudillos menores prefieren desgarrar la América y dominar sobre amputaciones a obedecer a una autoridad común y superior. La masa aborigen se presta a todos los impulsos, y el gran sueño se disipa. Naciones fragmentadas, gobiernos efímeros, revoluciones y contrarrevoluciones, golpes y contragolpes; tal es el resultado de la indisciplina imperante. Y por todas partes los eternos caudillos, sin la gloria de los antiguos capitanes, sacrificándolo todo por mantenerse en el poder.
Tales fueron los primeros años de vida independiente, los primeros frutos de nuestra libertad prematura. El factor original hispánico, individual y particularista, se desbordaba arrasándolo todo ante la quiebra de la autoridad superior. Confusión y divisionismo fueron los primeros trágicos resultados.
Luis Aguilar León