Pregunta: Si 24 horas al mando de Cuba fueran posibles hoy, ¿qué harías?
Respuesta: Yo empezaba por abandonar el poder como lo hizo Batista, comprando funeral con floripondios y coronas. Para mis hijos el futuro, ya lo sé, cobarde, bajo, y sin miedo a equivocarme a los ojos mirarte, duro y en balde.
Repito, hoy, insisto, mataba a Fidel con una almohada en el rostro, hasta ahogarle la vida, hasta ahogarle la muerte, hasta provocarle asma crónica, mortal, definitiva, históricamente, irreversiblemente, impositiva, definitiva. Y a pesar de todos los males, que me premie la Historia, que me repudie la histeria, que me juzguen, no importa, tras el beneficio de haberlo mortalizado físicamente, políticamente, para siempre, el desequilibrio, ilusión lógica de desamparados, invasión lógica en apoderados, al Maquiavelo del Caribe, al diablo preferido de los dioses, al abusador de valientes, al perdón vergüenza visible en los años infinitos de pecados.
¿Yo que no creo en divinidades? Sí, no por mí, sino por ti, que crees imposibilidades. Al fin que se haga, con o sin creencias, justicia justiciera, justa, definitiva, hasta que la Historia las cambie mientras haya quien pague, hasta por si fuera poco, su chocolate. Toma chocolate, paga lo que debes, baila a mi ritmo de tumba, de robo, de turba plebe, de yuma dollar yoruba, rumba, eso consorte, tumba que te’stas buscando la tumba, inmunda, de infame polvo profundo, por miedo, angustia, y si me ven me alumbran, como la luz negra que aunque solo el blanco alumbra a to’el mundo le’nseña, a la turba, el camino a mi tumba. Ay (de dolor), no hubo madurez en mi tiempo, pa’morir, pa’vivir, pa’transmitir que morir por la patria es vivir. Que me quemen en la hoguera, vivo, que escupan en mis huesos, muerto, que no olviden el dolor, ajeno, que aplaudan el valor inmerso en el dolor perpetuo del hombre bueno.
¿Y tú? ¿Y tú qué coño harías?
Respuesta: Yo empezaba por abandonar el poder como lo hizo Batista, comprando funeral con floripondios y coronas. Para mis hijos el futuro, ya lo sé, cobarde, bajo, y sin miedo a equivocarme a los ojos mirarte, duro y en balde.
Repito, hoy, insisto, mataba a Fidel con una almohada en el rostro, hasta ahogarle la vida, hasta ahogarle la muerte, hasta provocarle asma crónica, mortal, definitiva, históricamente, irreversiblemente, impositiva, definitiva. Y a pesar de todos los males, que me premie la Historia, que me repudie la histeria, que me juzguen, no importa, tras el beneficio de haberlo mortalizado físicamente, políticamente, para siempre, el desequilibrio, ilusión lógica de desamparados, invasión lógica en apoderados, al Maquiavelo del Caribe, al diablo preferido de los dioses, al abusador de valientes, al perdón vergüenza visible en los años infinitos de pecados.
¿Yo que no creo en divinidades? Sí, no por mí, sino por ti, que crees imposibilidades. Al fin que se haga, con o sin creencias, justicia justiciera, justa, definitiva, hasta que la Historia las cambie mientras haya quien pague, hasta por si fuera poco, su chocolate. Toma chocolate, paga lo que debes, baila a mi ritmo de tumba, de robo, de turba plebe, de yuma dollar yoruba, rumba, eso consorte, tumba que te’stas buscando la tumba, inmunda, de infame polvo profundo, por miedo, angustia, y si me ven me alumbran, como la luz negra que aunque solo el blanco alumbra a to’el mundo le’nseña, a la turba, el camino a mi tumba. Ay (de dolor), no hubo madurez en mi tiempo, pa’morir, pa’vivir, pa’transmitir que morir por la patria es vivir. Que me quemen en la hoguera, vivo, que escupan en mis huesos, muerto, que no olviden el dolor, ajeno, que aplaudan el valor inmerso en el dolor perpetuo del hombre bueno.
¿Y tú? ¿Y tú qué coño harías?