“No cabe duda de que Cuba está viviendo un período crucial. El Partido Comunista realizó un análisis crítico de la situación a la que se había llegado y formuló la política de reestructuración, una política tendente a acelerar el desarrollo económico y social del país y a renovar todas las esferas de la vida. El pueblo cubano comprende y acepta esta política (…)
“Quiero advertir desde el primer momento que esta reestructuración ha resultado más difícil de lo que imaginábamos en un principio. Hemos tenido que modificar muchas de nuestras evaluaciones. Aun así, con cada paso adelante nos sentimos más convencidos de que estamos en el buen camino, y hacemos las cosas correctamente”.
Las palabras anteriores no fueron pronunciadas por Raúl Castro, sino por Mijail Gorbachov en 1988, meses antes de la disolución de la Unión Soviética. Sólo he sustituido algunos términos por otros.
Indudablemente este discurso de Gorbachov, motivado por los mismos problemas que encara el comunismo cubano, es muy similar al que detenta hoy Raúl. Los Castro están convencidos de que la llamada revolución cubana agoniza sin ningún relevo generacional, y no les queda más remedio que tratar de motivar a la población con medidas capitalistas. Medidas que, por tibias y agobiantes, no resolverán el problema económico del país. La nomenclatura se verá obligada a ampliarlas con el objetivo de ganar tiempo y demorar lo más posible el entierro definitivo del comunismo, buscando la manera de sobrevivir al desastre que se avecina y, por el camino, salvar los bienes acumulados en todos estos años.
Pero se trata de un camino muy peligroso para el castrismo. Cuando las reformas económicas propuestas no revivan la economía, los problemas se agravarán y el régimen se desplomará víctima de su insolvencia y del descontento popular. Si las profundiza, como se necesita para resolver el desastre, ello llevará a la desintegración total del sistema, porque una liberalización económica verdadera exige cambios fundamentales en el orden político, y ese sería el principio del fin de un régimen que no tiene nada que ofrecer como no sea miseria y opresión.
La caída al precipicio es inevitable. La medicina que puede aliviar la crisis económica será también la que destruirá al sistema. El comunismo cubano se apresta a suicidarse y lo enterrarán los mismos que lo han mantenido vivo todos estos años.
Como dijera Herodoto siglos atrás: “Nada es permanente, todo cambia. Hasta el río en que nos bañamos todos los días”.
“Quiero advertir desde el primer momento que esta reestructuración ha resultado más difícil de lo que imaginábamos en un principio. Hemos tenido que modificar muchas de nuestras evaluaciones. Aun así, con cada paso adelante nos sentimos más convencidos de que estamos en el buen camino, y hacemos las cosas correctamente”.
Las palabras anteriores no fueron pronunciadas por Raúl Castro, sino por Mijail Gorbachov en 1988, meses antes de la disolución de la Unión Soviética. Sólo he sustituido algunos términos por otros.
Indudablemente este discurso de Gorbachov, motivado por los mismos problemas que encara el comunismo cubano, es muy similar al que detenta hoy Raúl. Los Castro están convencidos de que la llamada revolución cubana agoniza sin ningún relevo generacional, y no les queda más remedio que tratar de motivar a la población con medidas capitalistas. Medidas que, por tibias y agobiantes, no resolverán el problema económico del país. La nomenclatura se verá obligada a ampliarlas con el objetivo de ganar tiempo y demorar lo más posible el entierro definitivo del comunismo, buscando la manera de sobrevivir al desastre que se avecina y, por el camino, salvar los bienes acumulados en todos estos años.
Pero se trata de un camino muy peligroso para el castrismo. Cuando las reformas económicas propuestas no revivan la economía, los problemas se agravarán y el régimen se desplomará víctima de su insolvencia y del descontento popular. Si las profundiza, como se necesita para resolver el desastre, ello llevará a la desintegración total del sistema, porque una liberalización económica verdadera exige cambios fundamentales en el orden político, y ese sería el principio del fin de un régimen que no tiene nada que ofrecer como no sea miseria y opresión.
La caída al precipicio es inevitable. La medicina que puede aliviar la crisis económica será también la que destruirá al sistema. El comunismo cubano se apresta a suicidarse y lo enterrarán los mismos que lo han mantenido vivo todos estos años.
Como dijera Herodoto siglos atrás: “Nada es permanente, todo cambia. Hasta el río en que nos bañamos todos los días”.