El populismo suele ser contagioso en cualquier época porque reúne a dos clásicos de casi cualquier sociedad: La envidia y la frustración (a gente muy elemental y corta de miras -que siempre es legión- y a intelectuales, o seudointelectuales, venidos a menos y, por tanto, egobiados).
La vanidad, o el ego, constituye otro ingrediente fundamental del populismo, sin el cual este último no proliferaría tan exponencialmente. Así que en los tres motores populistas, la vanidad funciona a full: En el caudillo, en la masa envidiosa que pone en él sus esperanzas de grandeza -o pereza- y en la intelectualidad o seudointelectualidad del soporte narrativo (tal vez el más retrovanidoso de estos tres protagonistas, porque es quien más conciencia tiene de su propia miseria).