por Carlos Alberto Montaner
Medio siglo de castrismo ha secado en muchos cubanos la esperanza en un exitoso destino como pueblo. Ese generalizado desconsuelo pone en duda la propia viabilidad de la Isla como entidad nacional encaminada hacia la prosperidad material y la felicidad espiritual.
Esa actitud pesimista es totalmente nueva en la historia de Cuba. Pese a los errores y catástrofes políticas y económicas de la República, siempre primó el criterio de que la Isla –de corcho, según la apreciación popular– saldría adelante a pesar de los contratiempos. Existía la muy extendida superstición de que el país “era rico”, de que el cubano “era listo” y de que a largo plazo a la nación le esperaba un radiante porvenir. Ese sano optimismo –sin duda exagerado–, pero sin el cual es imposible acometer un proyecto nacional constructivo, ha dado paso al más radical pesimismo.
El presente castrista se percibe como un terrible fracaso, pero el futuro se avizora como algo tal vez peor. Un considerable porcentaje de los nuevos emigrantes, aun antes de echar raíces en el extranjero, tiene la secreta decisión de no regresar jamás a aquella tierra, gobiérnela Castro o sus adversarios, exista en ella el comunismo o el capitalismo. En algunos casos ni siquiera hay nostalgia. Más bien se resuma cierto comprensible rencor, porque se asocian los recuerdos a espantosas experiencias vitales. No se trata, por supuesto, de “malos” cubanos. Esa sería una injusta calificación. Se trata de cubanos muy heridos, muy lastimados, muy adoloridos, que han hecho del olvido una obsesión personal.
La aparición de este pesimismo en la historia de Cuba es una terrible desgracia, porque la primera condición que exige cualquier clase de empresa para desarrollarse exitosamente es que quienes la intenten crean en ella. No hay sociedad próspera y sana si el pueblo que la habita no participa de un común optimismo. Es una terrible paradoja que el castrismo, que comenzó con el más alto índice de confianza colectiva en los destinos de Cuba, haya servido para desterrar cruelmente la esperanza del corazón de tantos cubanos.