por Juan Antonio Blanco
Lo que más debe irritar a Caracas y La Habana es que las indecisiones de Mel Zelaya han complicado los planes para provocar una masacre. Sin muertos no hay sed de venganza y sin odios no hay insurrecciones.
La prensa oficial en Cuba y Venezuela insiste en historias terribles que hablan de cientos de muertos y miles de detenidos. Ellas nutren los blogs de ciertos “movimientos de solidaridad” que las difunden sin verificarlas. Hasta el presente sólo hay reconocidos dos muertos: uno en el aeropuerto cuando Zelaya exhortó a tomarlo desde un avión venezolano y otro en la frontera nicaragüense desde donde Zelaya (sin cruzarla hacia Honduras) exhortaba a la insurrección. Y existe un debate inconcluso sobre la autoría de esos dos homicidios. El pasado domingo 26 – a apenas 24 horas del show mediático de Mel-, en un estadio situado en las inmediaciones de Tegucigalpa, murieron dos personas y otras seis fueron internadas en hospitales con heridas de bala tras un tiroteo entre hinchas de los equipos contendientes. Al parecer el retorno de Zelaya desata menos pasión que un partido local de fútbol.
Mel haría bien en buscarse otra cobija. El todavía no sabe con qué clase de gente ha venido a dar. A estas alturas Fidel puede estar evocando sus días del Bogotazo y sopesando si sería preferible hacer los arreglos pertinentes para “modificarle la salud” y transformarlo en un nuevo Gaitán. En su desespero –no hay que subestimarlo- puede recurrir, como otras veces en su vida, a ideas disparatadas. ¿Quién sabe? A lo mejor hasta obliga a Mel a retar a Micheletti a un partido de fútbol en la esperanza de que surja la chispa que anda buscando.
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