
Nuevo Songo, en cualquier caso, se había erigido en un reto. Un reto semejante, en la densidad de su misterio, al del Anónimo Estresado. El Anónimo Estresado había saboteado durante días, con una persistencia digna de mejor causa, la sección de comentarios del Blog Inbilingüe, empeñado en poner sobre el tapete los intereses ocultos de “quienes hacían negocio con la causa cubiche”. Tan lejos llegaría en sus afanes, que incluso el descubrimiento de Nuevo Songo había sido incapaz de devolverlo a la acogedora sombra de la realidad cumberlana. No había nada para nadie. Había que andar con cuidado.
¿Por qué el resto del islote --Bajo Songo— era una provincia rebelde, y aspiraba a la reunificación? ¿Por qué los padres fundadores habían renegado de su pasado vikingo? ¿Qué tenía que ver Pánfilo con la misteriosa sensualidad de la reina Leididí Usnavi Burundanga I? ¿Por qué insistía el director de la Orquesta Sinfónica local, y ex ministro de Cultura, Pello el Anglocán, en ir a tocar a Cuba? Estas y otras preguntas horadaban, incesantes, los sentidos de los investigadores británicos. El sexto sentido de Holmes. El tercer sentido de Watson.