La luz de la Isla —aunque a veces por ser tanta luz constante y no existir los recursos de lo corpóreo, nos pone en el estado agónico de un limbo infernal— es la que, por encima de todo, prepara la esperanza del cambio; la que define al cubano en su imaginación de la espiral (en movimiento hacia adelante), aunque aún durante cincuenta años y más las tinieblas corporales se hayan resistido, se hayan negado a dar paso a una renovada imaginación, la legítima, la que empezó a truncarse a partir del 1 de enero del año 1959.

Cuando pase el tiempo debido, el cubano cesará en su espera y volverá a energizarse con esa luz, invisible pero radiante, que no sólo ha estado en las cosas a su alrededor, sino que poco a poco se ha venido haciendo en la mente y el alma estímulo de libertad.