En este tercer milenio tecnológico, la creciente influencia del populismo digital y la posverdad en sus numerosas pseudovariables refleja, en buena medida, un proceso de institucionalización del delirio.
La revolución de la tecnología nos descubre un amargo escenario: Una mayoría de la humanidad, independientemente de sus preferencias políticas o ideológicas, padece diversos tipos de desequilibrios mentales cuya consecuencia tal vez más autodestructiva sea la institucionalización de corrientes o movimientos delirantes, "realidades alternativas" empeñadas en dislocar los hechos y deslegitimar el sistema de división de poderes.
En el caso de Estados Unidos, la boleta "Trump-Kennedy" que teóricos de la conspiración han estado enarbolando en este 2021 constituye un botón de muestra de cuán tierra adentro ha llegado la ola del disparate.
En este contexto hasta hace poco civilizado, mas cada vez más polarizado, lo que usualmente creíamos predominante, evidente, mayoritario -llámesele sentido común, objetividad, lógica, equilibrio, etc.- comienza a resultar minoritario, incluso en ciertos ámbitos excepcional.
Así, paradójicamente, en el siglo de las redes conspirativas y los disparates virales la tecnología serviría como vehículo de difusión de trastornos psicosociales tremendamente extendidos que tienen al progreso -siempre imperfecto y a menudo incomprensible para las grandes mayorías- en el centro de sus miedos y fobias.
