google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Che Guevara, deseo y realidad

martes, 31 de marzo de 2009

Che Guevara, deseo y realidad

por Armando Añel

Ernesto Guevara fue un revolucionario sui generis. Y no porque matara sistemáticamente o despreciara la diversidad o la disidencia, elementos tradicionales en el revolucionario de izquierdas, sino porque luego de acceder al poder continuó subordinando su vida a sus ideas. A diferencia de Fidel Castro, cuyas ideas se han subordinado a la conservación y proyección mediática de su vida –que ha tenido como prioridad el cuidado celoso, paranoico, de su integridad física-, Guevara fue un idealista. Un individuo intolerante, a ratos pueril, cruel hasta al paroxismo, pero también un temerario.

Guevara, como todo buen revolucionario de izquierdas, subordinó los medios a los fines. Y por supuesto, los fines eran inalcanzables, incluso infantiles: una sociedad igualitaria, idílica, forzosamente una sociedad vacuna. Con él, la tradición del caudillo latinoamericano alcanza una dimensión casi religiosa. A la sombra de su imagen han vegetado generaciones de individuos convencidos de que un hombre puede representar a todos los demás, y con ventaja. De que un ser humano puede decidir por todos los demás, y con criterio. En esta cuerda, santificado por la muerte, el “Che” se ha convertido en una suerte de versión armada, pero también naif, de Jesucristo. La dimensión iconográfica del llamado “guerrillero heroico” sirve de acicate a aquellos que han perdido la fe en su capacidad como individuos o, más sencillamente, a aquellos que no tienen esa capacidad y pretenden que los demás tampoco.

De esta manera, Ernesto Guevara -como Fidel Castro, como Hugo Chávez- es la referencia en el imaginario de unas sociedades que han perdido la capacidad de evolucionar cultural y estructuralmente, y en consecuencia giran sobre un eje político caduco, incompatible con la modernidad. Sociedades masificadas donde el ciudadano es cada vez más una cifra, un peón movido por el Estado, el líder populista de turno o la demagogia revolucionaria. Sistemas donde la propiedad privada, la independencia de poderes o los espacios civiles alternativos son meras frases (disfraces) que apenas si pueden ser rastreadas en alguna que otra oscura biblioteca. Y países, o regiones, donde la palabra, la imagen, prepondera sobre los hechos. Donde, a diferencia de la tradición política anglosajona, más pragmática y tolerante, el deseo sustituye al significado. Esto es, a la realidad.

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