por Armando Añel
De todos los deportes, probablemente sea el fútbol (soccer) el que traduce más certeramente, a escala metafórica, las dificultades y satisfacciones de vivir en libertad. Es un juego de habilidades y de espacios. A campo traviesa, con la mira puesta en el horizonte, el futbolista va dejando tras sí, o intentando dejar, los numerosos obstáculos que se cruzan entre su carrera y el objetivo de su carrera. El terreno se abre. La afición ruge desde las gradas. Hombres que brotan como una exhalación a su izquierda o a su derecha, que le persiguen incansables sobre el verde mullido de la cancha, que le lanzan zancadillas, que lo agreden, que procuran desesperadamente arrebatarle el balón –recurriendo, incluso, a estratagemas de dudosa legalidad-, se interponen entre él y su meta. Todo lo que el futbolista anhela es desembarazarse de ellos y conquistar el horizonte –la portería- por su propio esfuerzo. Todo lo que desea es celebrar su libertad.
Así que, ¿quién dijo que un grupo de generales y/o funcionarios debe decidir por él cuándo puede hospedarse en un hotel, viajar a otro país, disfrutar de un teléfono móvil o un microondas? ¿Qué fuerza sobrenatural otorgó a dicho grupo la potestad de disponer de su vida y propiedades, de su presente y de su futuro? ¿Desde cuándo dos hermanos a quienes ni siquiera conoce personalmente, uno alcohólico y otro moribundo, son más importantes que su familia, que el porvenir de sus hijos? ¿Desde cuándo la patria es una ideología, o un partido, o una revolución, o una utopía colectivista?
De ninguna manera. Hay cosas más trascendentes, y terrenales, de las que ocuparse. Hay asuntos que no cabe dejar para mañana, en manos de gente obcecada e insensible, porque la vida es fútbol para él. Una carrera a campo traviesa. Obstáculos que se interponen, pero que con habilidad y persistencia pueden superarse. Espacios que se abren paulatinamente, a medida que se avanza en el propósito. Una piedra atravesada –o muchas piedras atravesadas- en el camino. Una celebración. Ciertas audacias. Un horizonte que conquistar.
Que se queden hablando de pelota.