por Carlos Scholkow
El enviado especial del presidente francés a Cuba -y ex ministro socialista-, Jack Lang, se ha unido a la comparsa que desfila por la Isla. Nada nuevo hasta aquí. Lo “nuevo” es que, según el enviado declaró a la BBC, “el gobierno de Raúl Castro está dispuesto a discutir sobre derechos humanos”. Lang ha pedido a la comunidad internacional "facilitar la apertura" de Cuba, indicando que "gracias a los países europeos" en 2008 el castrismo firmó dos tratados de Naciones Unidas sobre derechos humanos y “conmutó penas de muerte a varios presos”.
Como si no fuera el gobierno de Cuba el que debiera facilitar la apertura a los cubanos.
"Tenemos que ir más lejos, y para ir más lejos debemos facilitar la apertura de ese país a los extranjeros, a los turistas estadounidenses, a relaciones políticas y económicas con otros países", dijo el enviado francés, mientras aseguraba que Brasil y otros países de la región "quieren crear una nueva atmósfera, un nuevo clima con Cuba". Brasil, Brasil. Lula estará dentro de poco en Washington y ya Hugo Chávez lo ha autorizado para mediar en el diferendo Venezuela-Estados Unidos. Este Lula se nos ha convertido en una especie de Papa Noel con particular predilección por los “niños descarriados”.
"Nuestro deseo es que Estados Unidos decida un día, tan pronto como sea posible, abolir el embargo, que no tiene sentido hoy, y abrir reales discusiones con Cuba", agregó Lang.
Según el ex ministro, que al parecer no se ha enterado que desde hace muchos años viajan a la Isla extranjeros, estadounidenses y turistas, y que el régimen mantiene “relaciones políticas y económicas con otros países” sin moverse un milímetro en dirección a la libertad, Cuba "no es una democracia en el sentido de los países europeos, es obvio". El tipo de democracia existente en países como Venezuela y Cuba será tema de conversación entre Lula y Obama seguramente, pero por ahora ya sabemos que ha sido brasileño “el cerebro” detrás del desfile-chatarra en torno al moribundo Comandante en Jefe, en La Habana.
Al final el antiguo sindicalista jugó el papel para el que la vida lo había diseñado.