google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Una entrevista con Isel Rivero (I)

lunes, 23 de marzo de 2009

Una entrevista con Isel Rivero (I)

por Armando de Armas

Isel Rivero tiene el honor, junto a su amigo el poeta José Mario Rodríguez, de haber participado del estremecimiento de las estructuras del aparato cultural del totalitarismo militarista recién estrenado en la isla, mediante la fundación en 1960 del grupo literario El Puente. Acontecimiento que tiene lugar en medio de un ambiente editorial provinciano, politizado y elitista, sentando así un precedente para futuros insumisos e independientes dentro del ámbito intelectual cubano: lo que ella ha nombrado después como la acción de “remover un poco las aguas”.

Rivero nació en La Habana en 1941, pero vive exiliada en Madrid. Ha trabajado como funcionaria de Naciones Unidas en Nueva York y Viena, y desarrollado en ese organismo una ingente labor para el mantenimiento de la paz y la resolución de conflictos en África y Centro América.

Es autora de varios libros de poesía, entre los que destacan La marcha de los hurones, Tundra, El Banquete y Las noches del cuervo, su última obra, publicada en Madrid en el 2007.

En el año 2003 la editorial Endymion agrupó, bajo el título Relato del horizonte, todos sus libros de poesía publicados en español, así como poemas que habían quedado dispersos y que aparecieron en revistas y semanarios.

Isel Rivero ha sido calificada por la crítica especializada como una de las voces de la poesía cubana de mayor proyección y originalidad.

Armando de Armas: ¿Qué significó para usted formar parte de la fundación del ya mítico grupo literario El Puente?

Isel Rivero: No fue una fundación en toda regla. José Mario y yo hablamos mucho de las pocas posibilidades que teníamos de publicar nuestros trabajos. El semanario Lunes de Revolución estaba dedicado a publicar la poesía de la generación a la que pertenecía Guillermo Cabrera Infante, es decir, Fayad Jamis, Baragaño, Luis Manuel Díaz Martínez, y otros. Teníamos que publicar nuestros trabajos como fuera y la única vía era agrupándonos en torno a un grupo literario.

Según José, y reiterado en una entrevista que le hiciera Reinaldo García Ramos en Madrid poco antes de morir, cuando habló de este proyecto con el poeta René Ariza, éste le sugirió que lo nombrara El Puente, lo que recuerda un poco a Die Brucke, que quería connotar que éramos el eslabón que unía a los origenistas y la generación posterior con el mundo convulsionado que se nos venía encima y cuyos prolegómenos no nos entusiasmaban nada. Cuando José me preguntó si estaba de acuerdo en que nuestros dos trabajos fueran los primeros, El Grito y La Marcha de los Hurones, estuve totalmente de acuerdo, y le dije que ese primer paso sería la inspiración para otros y otras a sumarse. Así fue.

AA: ¿Cómo se ubica El Puente respecto a esos opuestos que en alguna medida fueron los escritores de Orígenes y los que después se nuclearon en torno al suplemento cultural Lunes de Revolución?

IR: Como digo anteriormente, éramos las voces más nuevas que no encontrábamos espacio en Lunes ni en ninguna otra parte. Cuando Ana María Simo y Reinaldo García Ramos prepararon la antología de El Puente, la titularon Novísima Poesía Cubana.

Ante el silencio de Lunes de Revolución, yo escribí dos cartas al semanario protestando su criterio generacional y parroquial. Eran tan exclusivos que a Rolando Escardó, que no era parte del grupo aunque sí de la generación posterior a Orígenes, le publicaron a regañadientes y muy tarde.

Desde un punto de vista generacional, nosotros nos sentíamos más cerca de Antonio Machado, Ezra Pound, Walt Whitman, Emily Dickinson, Neruda, Vallejo, Perse, y José particularmente de Rimbaud, que de Orígenes o de Lunes.

AA: ¿Cómo era su relación con el poeta José Mario Rodríguez? Cuéntenos brevemente acerca de la vida y obra de José Mario.

IR: José Mario era por naturaleza rebelde y de una fuerte individualidad. Se conocía a sí mismo y buscaba los límites para romperlos. Compartíamos el deseo de abrir los espacios creativos a otros que no fueran los de siempre, los del status quo. Fuimos, como se puede ser cuando se tienen 17,18 o19 años, muy amigos, como hermanos. Compartíamos los libros que cada cual obtenía. Por aquel entonces llegaban publicaciones de la Editorial Sur de Argentina, como por ejemplo, las traducciones de las hermanas Ocampo y Borges de literatura inglesa, de la editorial Assandri con las traducciones de Rilke, Novalis y Holderlin, o de México, del Fondo de Cultura Económica con sus famosos breviarios y otras traducciones de las obras de Herman Hesse. De Ezra Pound también llegaban de la Editorial Adonais de España y de la Universidad Autónoma de México.

Nos reuníamos en la Librería La Tertulia o en la Biblioteca Nacional y de allí íbamos a otros lugares. Leíamos nuestros trabajos y los criticábamos. José tenía un gran sentido del humor y de la ironía. Y su motto era actuar, por eso se comenzó a publicar por la libre utilizando la imprenta de la CTC. José no era de esperar sino de hacer. Esa característica hizo que el sistema no le perdonara y viera en él a un adversario. Los estados totalitarios utilizan una serie de medios coercitivos para doblegar la voluntad de libertad, dos de los cuales son la mordaza y la sexualidad. Por otra parte, mi libro La marcha de los hurones era una crítica al sistema que se comenzaba a estructurar y fue retirado de las librerías. Por eso tuvieron mucha valentía tanto Reinaldo García Ramos como Ana María Simo en incluirme en la Antología, y José Mario al dedicarme un libro, De la espera y el silencio, cuando ya yo estaba en los Estados Unidos.

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