Por José Luis Sito
En 1980, Solidarnosc era fundada y los polacos se manifestaban por el derecho a tener sindicatos libres e independientes. Entonces vino el momento de pasar a otro diálogo, esta vez con el gobierno comunista.
Pero antes, entre las dos partes pasaron tiempos difíciles y de confrontación, tiempos de resistencia decidida, organizada, determinada, valiente contra el régimen. En diciembre de 1981, las autoridades comunistas impusieron la ley marcial, se declaró ilegal a Solidarnosc y metieron en la cárcel a los disidentes. El intento del sistema totalitario para destruir la resistencia fue implacable, pero nunca los resistentes polacos, con Walesa a la cabeza, Bronislaw Geremek o Tadeusz Mazowiecki, se rindieron o capitularon. Se trataba de una guerra, sin violencia ni muertes, pero se trataba de una lucha real. Si la resistencia estaba prohibida, se creaba entonces una red clandestina donde continuaba activa la fuerza de oposición al régimen. Fueron 6, 7 años donde hubo que mantener en pie el movimiento y al mismo tiempo resistir las persecuciones del régimen. Pero en 1986, después de luchas constantes, el régimen, con una economía aplastada y la sociedad contestando, tuvo que liberar los presos políticos y legalizar Solidarnosc.
Entonces llegó el momento del dialogo con el régimen comunista. Pero se llegó a este momento “dialoguero” a partir de luchas constantes y difíciles, a veces agresivas. Esto significa que a un régimen dictatorial, y más totalitario, se le obliga a dialogar. No se puede estar esperando que venga a dialogar por gusto, porque nunca lo hará. Hay que obligarlo. Y esta obligación se obtiene con luchas políticas. Hay que tener una visión política de los acontecimientos, de las razones y de las causas, de los efectos. Los resistentes polacos luchaban políticamente para cambiar las cosas, no estaban pregonando moralidad o amor al prójimo. Estaban reclamando derechos sociales, es decir, políticos.
Pero el objetivo de la oposición polaca no era el derrocamiento violento, una oposición extrema de enfrentamiento con el régimen polaco. Era una posición moderada que consistía en cambiar el régimen a partir de la negociación, paulatinamente, con avances progresivos en tal y tal sector de la sociedad, teniendo en cuenta que no se podían olvidar realidades como la de la dominación soviética.
En 1988, olas enormes de manifestaciones y movilizaciones obligaron al régimen a dialogar en una Mesa Redonda con la oposición. El régimen tuvo que empezar a negociar, pero lo hizo porque los resistentes no estaban en una oposición extremista de liquidación de los responsables de la dictadura. Los jefes del régimen, los “reformistas” comunistas y demás desilusionados, comprendieron, con la negociación y el diálogo, que tenían una puerta de salida. Fue la política prudente y sin extremismos de Solidarnosc, sus luchas de resistencia constantes con personalidades intelectuales a la cabeza, lo que hizo posible ese diálogo indispensable y benéfico para todos, en el sentido de que lo que importaba era el fin de un sistema inmundo, no acosar a los individuos.