por Enrique Collazo
“Hay dos maneras seguras de llegar al desastre; una, pedir lo imposible; otra, retrasar lo inevitable”. Francesc Cambó, político catalán de la 1ª mitad del siglo XX.
Sin sospecharlo, este político alude a un “desastre” que bien podría haber sido el del 98, o sea, lo que significó para España la pérdida de sus últimas posesiones coloniales de ultramar, sobre todo Cuba, la perla de la Corona, donde el vetusto imperio hispano empeñó hasta el último hombre y la última peseta.
Ciertamente, la pérdida de Cuba representó para Madrid un fuerte shock emocional, terminando por situar a España entre las potencias venidas a menos luego de un desigual combate con el “gigante de las siete leguas”, que entraba en el siglo XX pisando muy fuerte con su impronta de modernidad y poderío financiero, tecnológico y militar.
Un curtido político español, Don Antonio Maura, Ministro de Ultramar en vísperas del comienzo de la Guerra de Independencia, avizoró que si España seguía negándole a la isla el ejercicio de un régimen autonómico, la alternativa independentista se abriría camino. Por ello luchó denodadamente en el Parlamento español de la época por persuadir a una mayoría de diputados para que aprobaran el proyecto de ley que le concedía formalmente la autonomía a Cuba. Sin embargo, la Cámara española retrasó lo inevitable cuando votó en contra del proyecto, ya que no estaba dispuesta a otorgarle ningún margen de autogobierno al pueblo cubano; éste tendría que continuar bajo el dominio colonial sin disfrutar ni siquiera de un pequeño atisbo de libertad.
Entonces se desencadenó la Guerra de 1895 a 1898. Con ella se frustraron los anhelos y la prédica cívica y democrática del Partido Liberal Autonomista, que prefirió consolidar la nación antes que fundar un estado independiente: que prefirió “formar ciudadanos” antes que desatar la “guerra necesaria”, pues estaba convencido de que la violencia no engendraría una república madura y completamente soberana.
Dicen que la historia se repite, primero como tragedia y luego como comedia. Traigo esta frase a colación pues más de un siglo después el pueblo cubano continúa en busca de su libertad y, aunque ahora ésta no le es negada por un poder extranjero, quien lo oprime y lo mantiene cautivo es un intransigente gobernante que, a imagen y semejanza del poder colonial español de las postrimerías del siglo XIX, se empeña en retrasar lo inevitable. Así, no concede ninguna libertad a sus ciudadanos, negándose en redondo a otorgarle voz a la oposición y la disidencia internas, las cuales proponen y defienden vías pacíficas y de concertación nacional que contribuyan a solventar la profunda y permanente crisis cubana.
En el 98 sobrevino el desastre, no sólo para el prepotente imperio colonial español, sino para el pueblo cubano, que pagó con muerte y padecimientos sin fin el horror de la guerra, costándole un par de décadas renacer de sus cenizas. ¿Acaso el cruel empecinamiento de un poder igual de despótico, y descendiente directo de un miembro de aquel ejército colonial, conducirá al pueblo cubano a otro desastre, pero esta vez de magnitudes mucho mayores?