
Inversamente a lo ocurrido en el poema de Martí, Alberto fue incapaz de echar el bote a la mar. Se enredó en la orilla, atisbando apenas el desfile de embarcaciones en la distancia. El cura lo tenía todo de su parte para dar un golpe en la mesa (era su momento): influencia social, poder mediático, personalidad, inteligencia, dinero. Pero no pudo, o no supo, romper la camisa de fuerza de los convencionalismos establecidos. O tal vez lo ató alguna consideración familiar, de índole piadosa. Parece la única excusa aceptable ante tamaño desperdicio.