por las Gemelas de Oro
Parecía que finalmente se consumaría la desaparición de “El último de los mohicanos”. Antes habían guindado el piojo La Superwoman y Tirofijo. Parecía que el Puerco iba a desaparecer también, a partes iguales, en los estómagos e intestinos de una nueva generación de blogueros que no estaba dispuesta a rendir pleitesía a los padres fundadores. Como diría un viejo amigo, “al puerco iban a hacerlo talco”.
Es decir, lo iban a asar y luego todos se lo comerían para, poco después, defecarlo sobre las impolutas tazas de baño de los irreprochables baños miamenses. No talco, sino heces, iban a hacer de él.
Ya José Ramón había comenzado a asarlo (habíamos llegado al centenar de banderas y lo celebrábamos por todo lo alto) cuando un anónimo, surgido de la nada, desordenó el banquete con su alarido: ¡El Puerco era un abanderado!
Ciertamente era, es, un abanderado. Y ciertamente, hay una gripe porcina. ¿Pero a qué cubano no le gusta el puerco asado?
Cien banderas. Y comerse ese puerco es como comerse las 99 restantes más la estrella de la suya. Nada, que estamos ante un puerco con mucha suerte. O ante un anónimo con mucha labia.