google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: La Habana, otra vez La Habana (I)

miércoles, 17 de junio de 2009

La Habana, otra vez La Habana (I)

por Alfredo D. Echeverría

Con título semejante –La Habana, siempre La Habana- empieza el arquitecto Ricardo Porro una charla sobre el desarrollo de La Habana. En contraste con otros, Porro manifiesta que no es tarea fácil hablar de la capital cubana después de haber vivido más de cuarenta años fuera de ella. “Porque nadie debe atreverse a proponer un plan de desarrollo urbano para ninguna ciudad después de una larga ausencia”. Lo que podríamos llamar “Planificar sin gente”.

Lo que proponemos aquí no es trazar pautas para el futuro desarrollo de La Habana. Sólo deseamos señalar aquellas raíces del árbol patrimonial que deben inspirar actuaciones para el futuro desarrollo de una ciudad que, para mantener su genuina identidad, debe regresar a sus raíces. Actuaciones que el Zaratustra de Nietzsche hubiera definido como el “eterno retorno” a lo que una vez fue: el retorno a su génesis.

Afortunadamente, a través de la incomprensible actuación divina, La Habana ha sido salvada por lo que se puede llamar el milagroso resultado de la ineptitud y la indolencia. Después de medio siglo de ejercer el “Arte de hacer ruinas”, como lo definieran Florian Borchmeyer y Matthias Hentscher, el sonado rescate de nuestro patrimonio sólo está colmado de vacíos edificios y plazas, habitados por fantasmas noctambulares.

Sobre el trazado de La Habana, de manera simplista se ha hablado de la herencia española manifestada en una cuadrícula (cuyo origen no es español) impuesta irreverentemente a las condiciones topográficas de los lugares donde se aplicaba. La Habana no escapa a esa imposición, no tanto por razones dogmáticas, sino prácticas. ¡Qué difícil es trazar sinuosidades! Sin embargo, es curioso observar, como factor positivo, la orientación de las calles habaneras hacia el mar. Ese mar que ofrece un singular foco urbanístico; ese mar que otorga una amplitud espacial infinita; ese mar que es bálsamo contra las durezas del agobiante calor veraniego. Como diría Alejo Carpentier, ¡qué equivocado estaba Humboldt al criticar el mal trazado de las calles habaneras!

En contraste con la esterilidad urbanística del Vedado, colmada de la “cocalización” arquitectónica, como lo definiera Porro, el conjunto urbanístico de La Habana presenta un íntimo panorama conducente a la natural interacción social que no le fue ni impuesta ni diseñada. Siguiendo en parte la traza de los “Pueblos Blancos” andaluces, las estrechas calles habaneras que llegan a las plazas no desembocan directamente en ellas, sino en impresionantes portales de dos pisos que dan origen a la denominación de “La Ciudad de la Columnas”. Las plazas sólo se ven cuando se llega a ellas, originando la impresión de arribo y causando una explosión espacial. Sublime tensión entre la estrechez de las calles y la amplitud de las plazas; la continua lucha entre la sombra y la luz; el “jugar al escondite con el sol” de Alejo Carpentier.

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