por Alfredo D. Echeverría
La Habana es mucho más que el trazado de sus calles. Para valorizar las verdaderas raíces históricas de la ciudad es necesario reconocer que el “Lebensraum” habanero presenta características comunes en los múltiples ejemplos de los emplazamientos de civilizaciones primitivas y posteriores. Esto es, espacios abiertos (plazas) alrededor de los cuales se ubican aquellas funciones que tradicionalmente fueron religiosas, gubernamentales, mercantiles o militares.
La Habana mantuvo ese patrón. El Profesor Gastón Bardet, autor del libro Nacimiento y desconocimiento del urbanismo, y propugnador de las grandes líneas del Nuevo Urbanismo, señala que la escala de cada plaza está relacionada con la función asignada a la misma. Indica Porro que La Habana colonial se organizó en torno a tres plazas principales: la de autoridades de gobierno, la de autoridades religiosas, y las de mercado.
Simbólicamente, la más amplia en espacio es la Plaza de Armas, con el Palacio de los Capitanes Generales y el Palacio del Segundo Cabo, sede del gobierno colonial. Esta Plaza fungió como la primera sede del gobierno republicano al ser instalada la Presidencia en lo que fuera el Palacio de los Capitanes Generales, y el Senado en el Palacio del Segundo Cabo. La Plaza muestra un barroquismo predominantemente criollo, expresivo del clima habanero. Los rítmicos arcos de las edificaciones que la enmarcan expresan la suave cadencia de una música sincrética, blanca y negra. Apunta Porro que el desarrollo de La Habana cobra características sui generis al aislarse de la austeridad “unamuna” de muchas ciudades españolas para expresarse, por necesidades artesanales y económicas, en un barroco sintético, “sin retorcijones borrominianos, con pequeños movimientos curvos y sabrosos como el danzón, no la rumba”.
Algo más pequeña es la Plaza de la Catedral, donde también la adaptación cubana del barroco se hace evidente. Un barroquismo lleno de sensualidad criolla, cuya piedra y orfebre le hace esquematizado; un barroco sin frivolidad, como lo definiera Jorge Mañach. La Plaza está flanqueada por dos lados con edificios que presentan arcos de medio punto jalonados de vitrales de color que arrojan una policromía armoniosa dentro de los recintos que, a su vez, la protegen de la intensidad solar. El edificio frente a la Catedral, donde otrora se albergaban las oficinas del Ron Arechavala, es más severo, menos juguetón, pero aún presentando características barrocas. Siguiendo las normas antes mencionadas, las calles aledañas se asoman discretamente sin competir, respetando la importancia de los edificios. Finalmente, como área mercantil, la gran Plaza de San Francisco fue utilizada para almacenar mercancías traídas del exterior.
Es importante el discurso de las plazas y sus funciones aledañas, ya que la plaza es la matriz que fecunda la interacción social. Siempre fue así, desde los asentamientos primitivos del Kalahari africano hasta las plazas renacentistas y posteriores. En La Habana, ya por la incierta búsqueda de una nacionalidad propia, ya por el racional deseo de destruir las genuinas raíces de la ciudad, la original esencia de la existencia social ha sido desplazada paulatinamente hasta llevarla a alejados horizontes, inhóspitos, saháricos, despoblados, en aras de un concepto equívoco, basado en importados afanes urbanísticos.