por Alfredo D. Echeverría
Saltando hacia un futuro incierto e impredecible, corremos el enorme riesgo de que, en medio de las presiones económicas que alguna vez puedan resurgir en Cuba, la configuración de La Habana y el potencial de ser lo que una vez fue se vean afectados por presiones especulativas, debido a lo que el poeta irlandés W. B. Yeats describe en su libro La Segunda Vuelta (The Second Coming): “Los mejores carecen de convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad”.
Sin reconocer que, como Fausto, el alma habanera le fue vendida a Mefistófeles, no por sabiduría sino por indolencia o desdén, múltiples Casandras han formulado para La Habana variadas tesis sobre densidad, sistemas viales, infraestructura, diseño urbano, codificaciones, etcétera. Todo esto, como si ansiadas o provechosas soluciones técnicas fueran suficientes para salvar el alma habanera.
Pocos han considerado la necesidad de transformarse en el Zaratustra que nos lleve el “eterno retorno” a lo que una vez fue; al retorno de su génesis, a recuperar el “alma de nuestra alma” que nos cantara Lorca. Pero es difícil reconocer las cosas del alma cuando los gestos rituales de nuestra vida republicana, doquiera que estemos, aún están regidos por un dogmático agnosticismo.
El retorno no consiste en salvar fachadas que sólo sirven de bambalinas teatrales para ocultar espacios deshabitados sin los actores de la vida urbana. Baste primero el retorno de aquellas funciones gubernamentales al casco colonial para atraer iniciativas urbanísticas privadas que, obedeciendo a un simple marco codificado, protejan la integridad de la imagen unitaria y funcional que otrora fue La Habana.