por Carlos Scholkow
La pregunta que ronda las mentes de muchos alrededor del caso hondureño, y muchos ya la han llevado al papel, parece elemental: ¿Por qué ningún gobierno latinoamericano denuncia la abierta penetración imperialista, castrochavista, de Venezuela? La intromisión de Chávez en la crisis desatada por Zelaya es ya escandalosa. Sin embargo, nadie alza la voz. La que más lejos ha llegado es Hillary Clinton, quien ha tachado de imprudente el avance-retroceso zelayista en el paso de Las Manos. Menudo cobarde, payaso bananero, el Zelaya. Pero menudo cobarde, institucionalmente hablando, el continente entero.
A la vista de todos se desarrolla el episodio imperialista más escandaloso de cuantos han sido en la región, pues se trata de un gobierno –el de Chávez- intentando derribar por la fuerza a un gobierno constituido, pero inferior en número y recursos, con la abierta complacencia del resto de los países de la región, más Europa, más, parcialmente todavía, Estados Unidos, y nadie dice nada. Todos contra uno. Una pelea de león a mono, y con el mono amarrado.
Orgullo de ser hondureño en este momento histórico, aun sin serlo realmente. Orgullo de ese pequeño país que ha detenido en seco, de un trallazo constitucional, el neoimperialismo bolivariano. Suena más digerible, ¿no es así? Neoimperialismo bolivariano. También sonaría más consecuente, más preciso incluso, que comenzáramos a llamarnos la “América cobarde”.