por Jorge A. Sanguinetty
La actividad económica de una sociedad, la libertad de los agentes económicos (consumidores, trabajadores, empresarios, inversionistas) a veces genera resultados que en unos casos son beneficiosos para todos y en otros todo lo contrario. Un caso reciente que ilustra ambos tipos de resultados es el de la famosa “burbuja” en los precios del mercado de bienes raíces en Estados Unidos. Cuando los precios subían, todos los propietarios de casas estaban felices, pero cuando los precios bajaron desinflando la burbuja, comenzó la infelicidad general. En ambos casos, las decisiones de unos afectaban el bienestar de otros, y no estamos hablando de unos pocos. En cada una de las decisiones de compra y venta de casas, primaba el interés personal de las partes.
¿Podemos afirmar que era sólo el interés personal “normal” o el “desmesurado” o avaricia? ¿Cómo podemos separar uno del otro? ¿Y es realmente pertinente tratar de hacerlo? ¿Cuál es el resultado práctico de hablar de la avaricia en este caso? ¿Acaso no estamos queriendo ser más “papistas que el Papa”? ¿No estaremos echando las bases para una nueva Inquisición?
Bueno, aquí muchos contestarán que la verdadera avaricia fue la que ejercieron las instituciones financieras que amplificaron la burbuja y ayudaron después a que explotara. Esa es la avaricia que hay que controlar, creen muchos. Y si eso fuera cierto, pregunto yo, ¿cómo se hace? Es obvio que el interés personal, desmesurado o no, de los ejecutivos bancarios y financieros cuyas decisiones contribuyeron a crear o extender esta crisis jugó un papel importante, pero ellos no fueron los creadores de esta crisis, fueron más bien parte del mecanismo de transmisión de la crisis. De hecho la avaricia jugó un papel aquí, pero fue la de los políticos, los que permitieron que se abrieran las compuertas del crédito hipotecario para permitir la compra de casas a personas que de otra manera no hubieran calificado. Porque la avaricia no se limita a la acumulación de riquezas materiales sino también a la acumulación de poder político y de influencia, fama, prestigio y muchas otras cosas menos tangibles pero tan poderosas y atractivas como las demás.
Los que proponen darle más poderes al gobierno para que regule las instituciones financieras y así evitar que la avaricia genere crisis, no se dan cuenta de que todo lo que están proponiendo es aumentar el poder de los burócratas y los políticos y así estimular su avaricia por el poder. Equivale a cambiar un tipo de avaricia por otra, porque la avaricia, gústenos o no, siempre está con nosotros.
El ser humano no se convierte en un ángel cuando trabaja en el gobierno. El gobierno está compuesto por individuos que siguen portando sus respectivos intereses personales, avaricias, etcétera, y llegan a tener agendas personales que no son necesariamente compatibles con el interés de los ciudadanos. Es por eso que se requiere una organización democrática para que los ciudadanos tengan el poder de colocar y reemplazar a los funcionarios que no cumplen con los intereses personales de la ciudadanía. Y es por eso que se requiere una economía libre para que los ciudadanos tengan el poder que se necesita para ejercer la democracia.