por Enrique Collazo
La maquinaria de propaganda ha sido el vehículo fundamental de adoctrinamiento ideológico del castrismo, incluso de cara a la opinión pública internacional, a la cual manipula con el fin de obtener apoyo para causas en las que Cuba siempre aparece como el pequeño y desvalido David, víctima del poderoso y arrogante imperio.
Existe un viejo kinescopio de la televisión cubana, distribuido en su día por el Departamento de Orientación Revolucionaria, en el cual Ernesto Guevara expresa a las masas congregadas en un acto público en La Habana su recomendación de que “al imperialismo no se le puede dar ni un tantito así”. Pues bien, creo que es hora ya de declarar que los demócratas de todo el mundo no estamos dispuestos a darle al totalitarismo comunista ni un tantito así.
En relación con los acontecimientos que ahora mismo tienen lugar en Honduras, el ex presidente Manuel Zelaya ha pretendido violentar los cauces democráticos al promover una consulta anticonstitucional encaminada a explorar la posibilidad de reelección, contingencia absolutamente descartada en la Carta Magna de ese país (artículos 239, 373 y 374). La propuesta de Zelaya, monitoreada desde Caracas y recomendada por el decano de los dictadores del continente, forma parte de un manido procedimiento político utilizado como coartada por otros presidentes latinoamericanos para subvertir el orden democrático en sus repúblicas.
Superada ya por la historia la variante revolucionaria y golpista, ensayada con el fin de conseguir una redistribución de la riqueza mediante la implantación de una racionalidad ética emancipatoria (reforma agraria y expropiación de transnacionales extranjeras) destinada a superar una situación de retraso en la construcción de Estados democráticos modernos y economías prósperas, los socialistas-golpistas latinoamericanos del siglo XXI asumen y aplican ahora el nuevo prontuario de subversión antidemocrática para acceder al poder. Una vez investidos, desmontan progresivamente las estructuras e instituciones del Estado de derecho. Con lo cual provocan una profunda polarización social a la vez que subvierten sistemáticamente los valores de la sociedad liberal en su conjunto, elaborando, al unísono, nuevas constituciones que les permitan perpetuarse en el poder.
Usan las urnas para votar y luego del triunfo electoral (muchas veces amañado) las botan hasta nuevo aviso. Éste es el apego y el respeto que sienten los pretendidos socialistas del siglo XXI por las normas democráticas.