
Se ha debatido extensamente acerca de la dislocación del actual sistema Tierra-Luna, que tendría resultados mortales para nuestro planeta. No debe olvidarse que hace unos 4,000 millones de años la Luna se hallaba a la distancia crítica de 16,000 kilómetros, cuando la rotación de la Tierra era cinco veces más rápida que la actual. Algunos astrónomos no desechan la idea de que la Luna se acerque nuevamente, de forma lenta. De hacerlo con mayor rapidez, alcanzando la llamada distancia crítica, provocaría mareas oceánicas que arrasarían las islas y los continentes, ocasionando mareas rocosas y desgarraduras colosales en la corteza, con la consecuente proliferación de sismos y volcanes.
Esta fricción frenaría abrupta y casi totalmente la rotación de nuestro planeta, que perdería su momento angular traspasándolo a la Luna. De estar en esa situación la Tierra, al igual que Mercurio, presentaría siempre la misma cara al Sol, la cual padecería de un calor infrahumano, mientras la otra, por permanecer oculta, soportaría tan frías temperaturas que no sería apta para la vida. Finalmente, la Luna estallaría por la fuerza gravitacional de la masa terrestre, aunque para ese momento la vida habría desaparecido.
Nada garantiza que el porvenir no presente problemas. Existe la probabilidad de que en un muy lejano futuro el planeta Marte choque con la Tierra, de que Plutón se escape del sistema solar, y de que la Tierra se deslice peligrosamente hacia el Sol. El Universo es un lugar turbulento y nuestro Sistema Solar está surcado de meteoritos homicidas cuyas colisiones tienen lugar con regularidad cronométrica cada 26 millones de años; el horrendo impacto de alguno de estos cuerpos celestes está presente en la visión religiosa de demonios de fuego y de ángeles procedentes del cielo que destruirían la civilización, y tiene raíces en las hecatombes extraterrestres que en su decursar enfrentó la humanidad. Esto explica que los cometas fueran percibidos en la antigüedad como concentraciones de demonios.
Tanto los babilonios como los chinos mantenían una vigilancia astronómica constante, entre otras cosas, para detectar en qué momento la Tierra sería víctima de desastres provenientes del cielo. Ya el filósofo griego Platón se había referido a la intersección de cuerpos celestes con la Tierra, en el espacio circundante, y al retorno sistemático de objetos invisibles que embestían contra el planeta, con trágicos resultados.