por Carlos Alberto Montaner
Todo comenzó cuando Colón mandó a dar de palos al marino que afirmó que Cuba era una isla y no un continente. A las Antillas ser “islas” les ha significado no ser América del todo. El fenómeno no es nuevo. Inglaterra ha pagado –y ha hecho pagar– su condición insular. No voy a caer en la ingenuidad de Ganivet en su Idearium –la de acreditar a la peninsularidad española más cosas de la cuenta–, pero sí hay que detenerse en este hecho.
Las Antillas perdieron su valor per se cuando se convirtieron en puente al continente americano. Durante todo el período de la Conquista de Cuba, Santo Domingo o Puerto Rico fueron la última posada segura. Un lugar pobre y de escasos recursos en que recalar en tránsito hacia el Perú fabuloso, hacia El Dorado, hacia la tierra de Moctezuma. Durante la colonización se asignó al archipiélago el papel de guardián. Unas veces éramos llamados “Llaves de las Indias Occidentales” y otras “Baluartes del cristianismo”. Nuestro papel fue el de cancerbero. El de vigía. El de protector de lo realmente importante: el continente.
Sería un disparate decir que las Antillas no pertenecen al continente americano, pero no lo sería tanto afirmar que es la menos “americana” de las parcelas hispanas del Nuevo Continente. A ello contribuyó España con ese nombramiento de “llave”, con esa condición de “puente” entre España y América. Mientras en el continente los emplazamientos tenían carácter permanente, y por lo tanto se echaban las bases de los futuros nacionalismos, las Antillas vivían en una atmósfera de interinato que retardó el surgimiento de la identidad nacional. Aquellos adjetivos de “siempre fiel” o de “obediente” con que se calificaban a Cuba y Puerto Rico en el siglo XIX se debieron precisamente a la debilidad congénita del sentimiento de nacionalidad.
Acabamos de mencionar un elemento constitutivo de nuestra sicología: la debilidad de nuestra identidad nacional. Y el origen de este fenómeno: el carácter interino de nuestra historia, nuestra condición de “puente” o “llave”. La posición geográfica de las Antillas determinó el signo de nuestro papel en la historia americana –el de guardián que ya hemos señalado–, al tiempo que nuestras características –tres islas pequeñas y sin grandes recursos naturales– reforzaban ese pesimismo decadente.