Durante mucho tiempo, la Bloguera Modélica había sobrevolado el ciberespacio cubiche sin que Sherlock Holmes y su fiel asistente, el Dr. Watson, hubieran reparado en la complejidad de su activismo indeleble. A diferencia de la Voladora Núbil, cuya misteriosa identidad había desquiciado las neuronas de la Bloguera Cotidiana –y, por extensión, la de los investigadores ingleses a su servicio-, la Bloguera Modélica había hecho circular abiertamente, durante meses y sin recurrir al anonimato, su humanidad desprejuiciada. De manera que, aparentemente, carecía de interés para el más popular de todos los detectives, a quien las cuentas claras solían importarle un comino.
Pero entonces la Bloguera Manipulada había comenzado a censurarla, reteniendo por horas, incluso días, sus escuetos comentarios. Esta circunstancia, más la aparición de la Zorra del Cerdo, empeñada en horadar la vasta humanidad del Caballero de la Alegre Figura, había hecho girar a Holmes en dirección opuesta: ¿No sería la Zorra una avanzadilla de las Sexólogas Ambulantes? ¿Y no serían las propias sexólogas masculinas en lugar de más culonas? ¿Qué garantizaba que el Cerdo no fuese sino un rehén de la Manipulada? ¿Sería capaz ésta de encuerarse frente al caballete del Caballero de la Alegre Figura? ¿Quién movía los hilos ocultos de la tragicomedia blogocubiche? ¿La Zorra? ¿El Agente Doble? ¿El dueño(a) del Blog de la Mano Sucia?
¿Acaso el mismísimo Caballero?
Si la Zorra eran las Sexólogas, como sospechaba el Dr. Watson, entonces había que asumir una posibilidad inesperada: La Bloguera Modélica era realmente una víctima de las circunstancias, lo mismo que el Caballero de la Alegre Figura. La zorra entonces podía ser un zorro, el cerdo un cochino y la desorientada una travesti. En cualquier caso, enredado en semejante madeja, el célebre detective inglés nos las tenía todas consigo.