por Oscar Peña
Recientemente, Raúl Castro expresó en un discurso de clausura de la primera sesión parlamentaria de 2009: “A mí no me eligieron presidente para restaurar el capitalismo en Cuba, ni para entregar la revolución; fui elegido para defender, mantener y continuar perfeccionado el socialismo, no para destruirlo”. Esa afirmación obliga a preguntar: ¿Y quién eligió a Raúl Castro?
También obliga a aclarar que la alternativa de los cubanos no es escoger entre comunismo y capitalismo salvaje. La alternativa es entre democracia y totalitarismo, incluso entre autoridades vitalicias y socialismo democrático. Póngase esa elección ante el pueblo, y si es escogida la democracia entonces el Partido Comunista Cubano no podrá ser ya más el rector absoluto, sino un partido más entre varios, en el marco de una nueva Constitución que recoja que en Cuba caben todos sus hijos, que el sol sale para todos.
Siempre pregunto: ¿Por qué no podemos tener los cubanos, como otros pueblos, educación, salud pública y libertad?
Posiblemente Raúl Castro –más allá de su dura retórica en las reuniones que se acaban de celebrar en La Habana- sepa y desee desprenderse de las ataduras impuestas por su hermano mayor y opte por pasar a la historia como el facilitador del inicio de las soluciones definitivas de una Cuba con todos y para el bien de todos, convirtiéndose entonces en un hombre significativo en la historia cubana. Pensemos que puede tener –deseemos que tenga- una agenda oculta de apertura nacionalista. En Cuba se necesita, hoy, del lobo un pelo.